El Merlot está de capa caída. Los compradores, los importadores, los ´opinadores´ lo corrieron de sus ambiciones –como si le hicieran bullying– y lleva ya más de una década en el cono de sombras. No está claro por qué. Ni cómo.
Pero sí hay una fecha fatídica que marca el calendario: la película Sideways –Entrecopas (2004)– disparó contra la variedad y movió buena parte del gran consumo hacia otras uvas y estilos, especialmente en Estados Unidos, principal góndola de vinos del mundo.
Fue una estocada del mercado. De buenas a primeras el Merlot –cuyo nombre deriva de merle, mirlo en francés, pájaro que come sus frutos cuando están maduros– dejó de cantar en supermercados, vinotecas y restaurantes.
Y así, algunas regiones productoras quedaron con un patrimonio ocioso y lo arrancaron o replantaron, mientras que otras desde entonces defienden a la variedad, como lo hacen algunos consumidores enamorados.
Es tal el caso del Merlot patagónico. Con una superficie cultivada de 500 hectáreas, al sur del río Colorado el Merlot aún ofrece el sabor frutado y especiado que lo caracteriza, en un puñado de vinos que dan cuenta de un pasado y sobre todo de un futuro.
Razones para esa resistencia hay muchas. Pero la más importante de todas es que, en los lechos arcillosos formados por el río Negro y Neuquén, las raíces del Merlot patagónico viven felices.
También podemos sumar otra. Menos evidente, pero es la que está llena de futuro. Al Merlot, los estilos ampulosos, dulces y licorosos, con taninos firmes que campearon en la década pasada, le sientan mal. Muy mal.
Con variedad de matices y elegancia, abanico de sutilezas y cierta delgadez, la exigencia de un estilo que no está en su ADN lo convirtió en un tinto anabolizado que al final perdió la complexión armoniosa que lo caracterizaba. Y se cayó del mercado.
Pero ahora que soplan otros vientos en el consumo, ahora que una parte de los consumidores está de vuelta y elige la elegancia, los buenos Merlot están ahí para aportar un sabor diferente.
El gusto del Merlot
Los más famosos son los bordeleses, pero en particular los de Pomerol, donde se producen algunos de los más celestiales Merlot.
Ahí, en climas donde la lluvia es la justa y las arcillas de los suelos retienen y administran el agua a lo largo del ciclo, esta variedad alcanza niveles de energía y sutileza que enamoran.
En la gama de las frutas rojas, un buen Merlot vibra en la escala del cassis y la guinda, con matices de frutas negras, como arándanos o moras, si están más maduros.
La nota característica, sin embargo, es cierto toque especiado, con una pimienta negra que subraya el carácter del vino. En la boca es donde se explica buena parte de su fama: con taninos finos y algo reactivos –que marcan las encías cuando es joven–, el cuerpo medio del Merlot adelgaza con los años y funde a los taninos ya convertidos en el fino polvo del tiempo con la textura de la seda.
En ese punto es cuando los grandes ejemplares ganan trazos de trufa y hongos, tierra mojada y recuerdan al cuero.
Pero nada de esa gloria líquida se alcanza si el Merlot parte desbalanceado. Por eso la región es tan importante como el manejo en la bodega.
Merlot patagónico
Recientemente probé una docena de Merlot patagónicos con diversos puntos de madurez. En todos ellos los taninos son finos y, en casi todos, el balance es un dato precioso.
Puestos a elegir un puñado de ricos y motivadores Merlot de la Patagonia, con chances de volver a cautivar al gran público, estos son buenos ejemplos:
Malma Reserva 2020, en un plan delicado; Fin del Mundo Reserva 2020 (aunque la añada vigente es la 2019) con cierto trazo licoroso y frutado; Miras Joven Merlot 2021, uno de los más complejos en aromas y boca llena de sabor; Aniello 006 Merlot 2020, con pizca de menta y fruta negra, y Humberto Canale Estate Merlot 2020, de fruta negra y pimientas bien precisas.
Lo interesante de Patagonia para Merlot, y también para la otra gran cepa bordelesa, el Cabernet Sauvignon, es que ofrecen hoy una paleta estilística y de sabor que agrega matices a los ya conocidos. Probarlos es viajar a otro paisaje gustativo. Y eso siempre vale la pena.