
Es un viernes de enero caluroso en Villa Soldati, la periferia sur de la ciudad de Buenos Aires. Como cada mañana, Juan Sakihara llega a la fábrica de la calle Carlos Berg y levanta el portón plateado, revelando un paisaje de barricas metálicas, tanques inmensos y packs que se desparraman entre máquinas y botones.
Hay, también, una repisa con trofeos, medallas, premios. «Acá es donde ocurre la magia», dirá Juan al recorrer su planta elaboradora de cerveza.
Sakihara tiene 57 años. Es descendiente de inmigrantes japoneses y maestro cervecero. Desde 2017, él y sus socios sostienen las riendas de Kira, una cerveza artesanal en cuya elaboración conviven la disciplina oriental con la pasión argentina. Sus latas, ornamentadas con peces koi, flores de cerezo y samurais, son verdaderas piezas de colección.
En la actualidad, Kira produce seis estilos de birra, pero busca expandirse. Juan tiene un objetivo ambicioso: llegar a Japón. En unos días recibirá al gobernador de Okinawa en sus instalaciones y espera que ese encuentro le facilite la aventura. «Es un mercado muy exigente», admite.
Entrevista aJuan Sakihara
¿Cómo empezó tu vínculo con el mundo de la cerveza?
Fue en 2004, en una típica juntada con amigos borrachines. Recién arrancaba el tema de la cerveza artesanal, creo que eran los primeros años de Antares, que fueron los precursores. Empezamos con un equipo chiquito, de 11 litros, que te daba 7 litros finales. La primera cerveza que hicimos debió ser espantosa, pero cuando nos pareció que estaba bárbara. Después, cada uno se fue dedicando a lo suyo. Yo elegí seguir. En ese momento estaba trabajando en Fedex. Los fines de semana, en los ratos libres, hacía una producción embotellada en la casa de mi abuela. Sacaba 30 litros mensuales.

¿Cómo te formaste para producir?
En ese momento, lo poco que se averiguaba era por internet y por algunos cursos básicos que había. Era todo a prueba y error, iba aprendiendo. Me sostuve muchos años con ese formato, con mi marca anterior, Sixtofer. Ahí hacía unos 130 litros mensuales. Trabajaba todo el día y a la noche etiquetaba en casa. Los fines de semana cocinaba y embotellaba. Era duro porque en ese volumen no sacás margen. Al mismo tiempo seguía, porque ya tenía una clientela constante y no la quería perder.
¿Pensaste en dejar la actividad en algún momento?
Varias veces, pero un par de medallas que obtuve en competencias me ayudaron a seguir. Fue un mimo al alma, no más ventas. En 2015 tuve una propuesta de armar una sociedad para montar una planta, que terminó siendo Kira. Yo dependía de eso: para mí, era imposible montar una planta solo. Ahí tuve que tomar la decisión de renunciar a una multinacional después de 23 años para meterme de lleno en esto.
Arrancamos en un promedio de 10.000 litros mensuales. Fue creciendo paulatinamente; hemos tenido un pico de 26.000 litros. En 2016, 2017, fue la explosión: había mucho consumo, un buen margen de rentabilidad. La proyección siempre fue llenar la fábrica de fermentadores para llegar a 40.000 litros. Pero llegaron las crisis y las devaluaciones, aunque quedarnos chicos nos sirvió para tener cintura.

Empezamos con cerveza tirada y un poco antes de la pandemia comenzamos a enlatar. Por entonces estaríamos en 600 latas mensuales: hoy estamos en un promedio de 7.000 y con mucho espacio para crecer. Los clientes que tenemos ahora fueron viniendo solos, por el boca en boca, ya sea por mi origen, la marca, la connotación oriental, la gráfica. Ahora estamos estudiando la viabilidad de exportar.
¿En qué mercados te gustaría desembarcar?
Me están esperando en México, Uruguay y Paraguay. Me gustaría en algún momento llegar como una novedad a Japón. Ya he tenido algunos contactos a través del Club de Negocios Argentino Japonés. Me invitaron a la Expo Alimentos de Tokio, que se hace anualmente. Es un mercado muy exigente.
¿Qué vínculo tiene Japón con la cerveza?
Yo viví algún tiempo en Tokio. Trabajé mucho en la época en la que nos íbamos todos los descendientes de japoneses de Argentina, Brasil y Perú. Íbamos a trabajar en plantas. Ahí conocí el país y vi que se consumía mucho alcohol, mucha cerveza.
Allá se estila mucho cerrar negocios yendo a cenar y tomar; es muy común y no podés decir que no. A nivel whisky también están muy avanzados. Tienen productos muy reconocidos. Mi idea es llegar como una curiosidad del mercado japonés.
¿Cómo es tu historia con Argentina?
Tengo 57 años. Vinieron mis viejos y mis abuelos escapando de la guerra. Ellos estaban en Okinawa. Mi mamá era de Osaka. Yo fui a Okinawa, conocí a mi familia y a mis primos. Ahora está lleno de bases militares, pero tiene un aire hermoso. Recuerdo que cuando yo era chico, corría entre barricas de sake. Algo de eso se ve que me llegó.
¿Cómo surgió la idea de aportar impronta oriental a Kira?
Está impronta oriental no la tenía cuando era homebrewer. Surgió a partir del montaje de la planta y de aprovechar mi presencia, mi apellido. Era algo que se podía utilizar y darle un plus.
Las cervezas son de estilos europeos y americanos. La más rara es la de jengibre. Ahora, que estamos preparando estilos especiales, la idea es darle un toque diferencial; algo que lo haga más japonés, quizás algún tipo de fruta, de cítrico. Está todo para jugar y crear.
¿Tenés referencias de cervezas en Japón?
Salvo las industriales, no. Es algo que me gustaría charlar cuando venga el gobernador. Que surja la posibilidad de hacer una visita, conocer fábricas de allá o incluso hacer cervezas colaborativas.
¿Qué perfil de consumidor tiene Kira hoy?
Más que nada, es a nivel envasado. En bares es un público muy amplio, pero el fuerte es la lata. Es donde estamos creciendo. También en los locales de comida asiática, no necesariamente japoneses (vietnamitas, filipinos, coreanos, etc). El grueso es japonés, pero tienen muy buena salida.
¿Cómo analizás el vínculo de la cultura argentina con la japonesa?
Yo noto que a los descendientes de japoneses se nos valora mucho. Generamos mucha confianza, no solo en el consumidor, sino también a nivel proveedores. Por ahí te dan un poco más de soga. Son detalles. Generás confianza, pero tampoco la podés quemar.
En ese sentido, te facilita algunas cosas. Como que ofrecés algo más serio; no quiero decir que la cultura occidental no lo haga. Noto que me abre puertas con más facilidades. Nunca fuimos una colectividad conflictiva.
¿Cómo ves la actualidad del mercado de cerveza argentino?
El boom empezó desde el 2010 en adelante. El porcentaje que tenemos del mercado total nacional nunca superó el 3%. El fuerte lo tienen las cervezas industriales. Hay mucho por avanzar. Yo creo que es fundamental educar al consumidor, que aprenda a distinguir los estilos, que sepa diferenciar por qué paga más.
Hace poco tuve una cata en una vinoteca, donde se maridaron muchos platos tipo tapeo. La cerveza no solamente es para acompañar una hamburguesa, una pizza o unas papas con cheddar. Podés combinar, dependiendo del estilo, con una variedad de platos totalmente diferentes, con los que maridan muy bien.
Pero notamos desde hace algunos años que hay una retracción del consumo. También hay una competencia muy elevada por parte de los tragos. El gin tonic, por ejemplo. Eso nos quitó una porción del mercado. Hay que ser más creativos para subsistir y seguir sacando novedades, siendo lógicos con la situación del país también. En estos meses, por ejemplo, sería una locura sacar una cerveza lupulada muy cara. No me sirve a mí y tampoco le sirve al comerciante.
¿Qué destacás del rubro cervecero argentino?
Hay mucha camaradería. Siempre nos juntamos con colegas, compartimos recetas, tips. Al contrario de otros sectores, donde están muy celosos por los detalles, acá es muy abierto. Cada uno igual tendrá algún secretito propio, pero es un ambiente que ayuda a sobrellevar estos momentos. También hace que surjan cocciones de cervezas colaborativas. Muchas veces terminan siendo excusas para juntarse, más allá de lo que salga como producto.
¿Cuántos estilos están cocinando en Kira?
Hoy estamos con seis estilos: la Kelsh; la Scottish; la Oatmeal Stout; la de jengibre; la Session Red Ipa; y la American IPA. La idea es mantenerlos fijos, pero empezar a dedicarnos también a hacer ediciones limitadas o estilos especiales. No necesariamente inventar algo nuevo, pero sí cocinar un estilo que el maestro cervecero nunca haya hecho.
Por ejemplo, una barley wine, que siempre quise hacer. La idea es no quedarse siempre en lo mismo y jugar un poco. Que no haya siempre la misma cerveza rubia, todos los días. Pasa lo mismo con los chefs y los enólogos.
¿A qué apuntás en 2024?
Nos gustaría tener nuestra propia enlatadora y pasteurizadora. Hoy es más razonable tercerizar esa tarea y no meternos en esa inversión.
¿Qué plus considerás que tiene Kira por sobre otras birras?
Yo creo que el cervecero artesanal le pone mucho amor y pasión a lo que hace. Todos tratamos de sacar buenos productos con buenas materias primas. En nuestro caso, quizás, es algo más emocional, porque se fusionan dos razas. Por eso decimos estilo «nikkei», que es el descendiente de japonés de segunda generación.
Yo tengo parte de la paciencia y la disciplina que puede tener un japonés. Al mismo tiempo, la pasión argentina de darle para adelante, del empuje. Es un mix que creo que nos diferencia, independientemente del producto que hacemos. Acá en Kira conviven lo mejor de cada casa.