Si la térmica hace saltar los tapones de los vinos, no hay nada mejor que algunos buenos estilos de Chardonnay para darse un gusto. Razones para beber la reina de las blancas hay muchas. Entre todas ellas, es la versatilidad de estilos la que convoca con más ganas a la sed.
Siendo la más tinta de las uvas blancas –en cuanto al cuerpo y el volumen que puede alcanzar–, en el mundo los estilos del Chardonnay puede ir desde un vino acerado y de perfumes de hierbas y manzana verde, con boca austera, ligera y tensa (Chablis, en Francia), a unos blancos perfumados, con trazos tropicales tipo ananá y melón, cuyo paladar cremoso y envolvente resulta llenador (Napa Valley, California). En el medio, todo el arco posible.
El asunto con los estilos de Chardonnay es que en todo ese amplio espectro siempre ofrece un vino para cada tipo de consumidor. Esa, su virtud y dificultad: a menos que se lo conozca a fondo, o al menos se conozcan los estilos y productores que nos gustan, es posible pasar del amor a primera vista a la decepción al segundo sorbo.
Así es que, puestos a organizar la góndola para este perfecto blanco de verano, conviene tener en cuenta algunas cosas.
Las zonas frías de altura
De los estilos de Chardonnay descriptos arriba, el más refrescante en nuestro país proviene de las zonas frías y altas. Con un truco: mientras que altura significa aire frío, también significa más sol. En Mendoza estas regiones tiene nombres propios: Gualtallary y Las Carreras y otros rincones de Tupungato; Los Chacayes, Los Árboles y San Pablo en Tunuyán. De modo que la intensidad de estos Chardonnay, el graso de boca y su estructura de paladar, también es grande. Ese es un sabor que Argentina hoy ofrece casi en exclusiva en el mundo.
Mientras que los aromas van del lado de las manzanas y las hierbas, la boca es amplia, con peso y sensación llenadora aún cuando la acidez es tan refrescante como vívida. Estos vinos forman una suerte de elite a las que hay que atreverse para enamorarse de ellos. Algunos buenos ejemplos son: Salentein (2018, $510), Domaine Bousquet (2019, $392), Tapiz (2018, $390), Altosur (2019, $460) y Andeluna 1300 (2019, $400) y Encuentro (2018, $698). A la hora de darse un gusto exclusivo, con sabores más refinados, Escorihuela Pequeñas Producciones (2018, $1400), Adrianna Vineyard White Stones (2017, $3935) y Zuccardi Fósil (2017, $3360).
Las zonas moderadas a cálidas
El grueso de los estilos de Chardonnay en Argentina, sin embargo, tiene otra base, plantado en zonas moderadamente cálidas a cálidas a secas. Hablamos de Luján de Cuyo, Maipú y San Rafael para Mendoza; San Patricio del Chañar para Neuquén. En este tipo de condiciones, se vuelve más tropical, con recuerdo de ananá y compotas de peras, además de cierto trazo de crema de choclo; al paladar es carnoso, amplio y terso.
Para los amantes de tipo de Chardonnay hay una buena noticia: abundan. Buenos ejemplos de este estilo, son: Saurus Chardonnay (2019, $326), Famiglia Bianchi (2018, $451), La Linda (2019, $410), Fin del Mundo Reserva (2018, $489). En la alta gama, de fina elegancia, Finca Los Nobles (2017, $1200) es una excelente opción junto María Carmen (2017, 2001).
El sur y el mar
En los últimos años, sin embargo, entraron en juego dos nuevas fronteras frías al mundo del Chardonnay. Una es la costa Atlántica, donde se elaboran desde Mar del Plata a Viedma; la otra es Chubut. Dos regiones frías con condiciones muy distintas a la altura. Más delgados, a falta de insolación –en la provincia patagónica cuenta para el área de Epuyén y Trevelín–, ofrecen manzana verde y cuerpo delgado y de elevada frescura.
Buenos ejemplos de este grupo son Trapiche Costa & Pampa (2018, $815), Casa Yagüe (2018, $2200) y Contra Corriente (2018, $1800).
Menos es más: la barrica y el roble
En los últimos años, la barrica de roble perdió predicamento como sabor para el Chardonnay. Así, de modelar vinos muy vainillosos y con cierto trazo de humo, hoy es un dato más de color. Donde sí sigue aportando la crianza es en el engrosamiento del paladar, donde aporta volumen y textura aterciopelada.