El auditorio escucha, un poco con asombro y otro poco con deleite, las palabras que, con toda calma, pronuncia el enólogo Alberto Antonini. Está de pie en el estrado: las pantallas agigantan su aplomo en la pared del fondo, donde escolta su imagen el título Argentina Wine Award, “Creando Futuro”. El silencio reina en al auditorio donde unas 300 personas clavan los ojos en este hombre delgado y seguro de lo que dice. Y lo que dice, al menos en los oídos de quienes lo escuchan este 19 de febrero, es casi imposible.
Como un predicador, dice que Argentina tiene que encontrar su lugar en el mundo. Que hay muchos países haciendo vinos y que sólo importan los “vinos que tienen un sentido de lugar, que hablan de su origen”. Y que hay que cambiar la cabeza: dejar de pensar en qué clase de vinos se venden en tal o cuál mercado. “Esa es una locura”, enfatiza.
“Siempre ha sido al revés en la historia. El productor llevaba al mercado lo que tenía para ofrecer porque es lo que sabía hacer. ¿Cuándo empezó esta locura de hacer el vino para el gusto de un consumidor, de un mercado?”, repregunta.
Es una prédica que suena romántica y tiene algo de quijotesca. Especialmente porque del otro lado escuchan enólogos que elaboran millones de litros. Y comerciales que los venden, cuya ansiedad por cerrar el número tropieza de pronto con este concepto duros de roer, que les da vuelta la torta.
Y sin embargo, hay algo en las palabras de Antonini que cautiva incluso a los contables que afilan costos. Las suyas, deben sonar aquí como sonaron las de otro italiano en otro lugar, Carlo Petrini, fundador de Slow Food, cuando llamó a practicar un consumo consciente en pleno ilógica del mercado de consumo. Pero como sucede siempre: nadie escucha sino lo que está dispuesto a oír. Y más allá de la cadencia del orador, de sus giros y énfasis, de sus prolongadas pausas que se llenan de un ominoso silencio, lo que dice Antonini hoy tiene predicamento.
¿A qué llamamos vinos con sentido de lugar?
Un lugar en el mundo
El mundo del vino hoy vive uno de esas vueltas de péndulo de largo plazo. Desde 1976, en que los vinos franceses fueron desbancados por sus copias californianas en el juicio de París, lleva mucho tiempo haciendo buenas copias de un estilo que dominó la góndola global, los tintos de Burdeos. “Y las copias –por las dudas aclara Antonini- sólo prestigian al original. Hay que hacer nuestro original”.
Sin embargo, y por esas curiosas lógicas del mundo de la cultura –y el vino lo es, como lo es la moda, por ejemplo-, en el vino ahora se premia la diferencia, lo que es distinto, lo que no copia en un blanco, tinto o rosado. En particular en aquellos consumidores conscientes de que esta bebida es diversidad: de gustos, de países, de técnicas y de expresiones culturales.
De eso habla Antonini. Él, que hace vinos desde Armenia a Sicilia, de Argentina a California y Uruguay, y que tiene su corazón en la Toscana, Italia, donde sigue haciendo reputados tintos. Un hombre con una visión global viene a relatar, en el seminario Creando Futuro que cerró el concurso de vinos de exportación Argentina Wine Awards, que lo ultra local, lo que se puede hacer a escala humana y vender a un comprador que conoce es el siguiente paso para nuestro país. Lo dice en una idea simple: “hagamos más Argentina y menos Malbec”.
Los productores locales llevan unos años buscando esa piedra filosofal. Algo que les de anclaje a su búsqueda de una identidad. Y ahora es Antonini el que les habla de coraje. Otro de los oradores del seminario, el periodista canadiense Anthony Gismondi, habló antes de “tener confianza en los vinos que producen. Este es el comienzo”. Una idea que también la exposición de la Master Wine Sara Jane Evans y el sommelier Phil Crozier, ambos británicos.
Probá Malbecs de diferentes terruños y entendé el gusto de cada uno.
Confianza
Como en todos los procesos creativos, llegar a creer en lo que se hace es el punto de inflexión. Sea escribir, hacer vino, componer. Es difícil tenerse fe hasta que algo sucede y lo confirma. Pues bien, ese algo, al parecer, fueron las palabras de Alberto Antonini en este seminario. Para quienes llevan años en el vino, se trata de un giro copernicano, un cambio de paradigma. Es dable, ahora, esperar vinos con más sentido del origen. Aunque sean, en principio, unos pocos.
Será un proceso errático. De eso estamos todos seguros. Pero será un proceso creativo positivo. Algunos vinos, los buenos, quedarán en el mapa mundial y otros se caerán hacia el mercado global. Los dos caminos son posibles, aunque antes solo había uno. Ojalá las palabras de Antonini trasciendan el escenario y operen en los productores para que mande esta nueva convicción. Lo que quedó claro el 19 de febrero pasado, al menos, es que el tiempo de las copias llegó a su fin.
Frescura, una sensación que crece en los vinos argentinos.
Joaquín Hidalgo
Una versión de esta nota fue publicada en La Mañana de Neuquén el domingo 28 de febrero de 2016.