La única mitología válida desde el siglo XX es el cine. Cualquier objeto se transforma en mítico cuando es consagrado en la pantalla. Piensen en un trineo de madera, en una bicicleta, en un par de zapatos rojos e, inmediatamente, pensarán en El Ciudadano, en E.T., en El mago de Oz.
La pantalla grande consagra, casi en el sentido más religioso del término, y también confirma el estatuto olímpico de algo cuando es merecido. ¿Tiene que figurar una botella de vino en el plano de una película, un vino extraordinario?
Pues bien, entonces ha de ser un vino argentino, un vino mendocino, un vino Malbec. Consagración del poder mítico y merecido de las cepas nacionales, una película nominada a cinco premios Oscar -especialmente al de Mejor Película-, American Fiction, muestra en uno de sus planos, evidente y clara, una botella de Luigi Bosca Malbec.
¿Oscar para un argentino?
La secuencia en cuestión exhibe a la actriz Erika Alexander cenando y charlando con el protagonista del film, Geoffrey Wright. Allí sobre la mesa, dando equilibrio al plano, aparece la botella con la marca visible. Hay tres detalles importantes al respecto.
El primero: no fue producto de una acción de marketing. Nadie en la bodega sabía que el vino iba a formar parte visible y evidente de una película, mucho menos que sería nominada al Oscar.

La segunda: nada, absolutamente nada en un plano de una película es casualidad. Si aparece, es por algo; si se lo muestra de modo ostensible, es por alguna razón.
La tercera: en el cine, lo que se muestra tiene que tener credibilidad. La conclusión en este caso es que, en una película realista que sucede en el mundo que conocemos (más allá de que la historia es un disparate, como veremos), esa botella de vino tiene que ser reconocible como algo icónico, de lujo -por el momento y el tipo de personajes en juego- “creíble”.
Un vino Malbec argentino -y además, Luigi Bosca, bodega importante dentro y fuera de nuestras fronteras- llena los requisitos.

Para el lector que aún no la vio: American Fiction narra la historia de Monk (Wright) un escritor afroamericano cansado de que sus libros no se vendan porque son “poco negros”, y que le presenta a su editor un libro totalmente paródico de los lugares comunes afroamericanos, absolutamente imposible que, como se adivinará, resulta un best seller, un fenómeno cultural, la excusa para hacer millones, etcétera.
Al tiempo que esto ocurre, el desconcertado Monk comienza una relación con Coraline, una divorciada tan culta como él que lo acompaña en la extraña aventura. En una secuencia, cenan y conversan sobre, justamente, lo absurdo de la literatura comprometida y la corrección política, en un ambiente íntimo.
Y allí, entonces, hace su aparición el Luigi Bosca de 35 años, elaborado a partir de uvas de Luján de Cuyo y del Valle de Uco, un vino perfecto para cena con charla porque se adapta a cualquier menú.
Más vinos argentinos en la pantalla
Por cierto, no es el único vino argentino al que el audiovisual internacional -y Hollywood en particular- ha prestado atención. El ejemplo más interesante es el de la película Focus, de 2015.
A veces uno se pregunta por qué Buenos Aires -y la Argentina en general-, con sus iconografías y sus paisajes no es más utilizado por el cine internacional. Hubo una excepción reciente: Robert De Niro protagonizó escenas de la miniserie Nada en suelo porteño.
Como decíamos, no fue el único caso. Focus, realizada por la dupla Glenn Ficarra-John Requa (responsables de la maravillosa Te amo, Phillip Morris) narra la historia de un estafador de lujo (Will Smith) y su relación con una prometedora novata.
Esa novata es Margot Robbie, dos veces nominada al Oscar, hoy multimillonaria (y productora) de Barbie y, entonces, a punto de dar el salto al estrellato. Lo dio aquí, en Puerto Madero y La Boca -donde se rodó la mayoría de los exteriores- y tomando Malbec.

En un encuentro entre los protagonistas, se almuerza con una evidente botella de República del Malbec, vino de Matías Riccitelli, enólogo que fundó su propia bodega en 2009 basado en un concepto totalmente artesanal. El República… es un vino premiado y muy apreciado en todo el mundo, al igual que la bodega.
Como sucede en todo film, las cosas deben ser auténticas para que el espectador pueda creerlas. Es evidente que no sólo creyó en Margot Robbie, que se convirtió en estrella, sino también en el Malbec.
Otras bodegas con presencia en películas y series
Es interesante que, en los últimos años, la presencia de los vinos argentinos en el cine sea mayor. La cultura del vino se ha extendido más allá de las fronteras de los países productores y los consumidores globales hoy buscan sabores y calidades. Aprecian, sin más, las etiquetas argentinas.
El crecimiento del vino en todo el mundo (y bien tomado, ya no solo como el acompañamiento obligado de cualquier comida; el vino como arte) vuelve lógico que las marcas de nuestro país aparezcan en el audiovisual, que cada vez más tiende a ser global.
Mostrarlos y mencionarlos los consagra como símbolo de lo argentino, como el tango o un gol de Messi. Hay un filme en Netflix que funciona como prueba: es el largometraje Cata Amarga (en inglés Uncorked, “descorchado”) realizado por el productor de la galardonada serie Insecure, Prentice Penny.
La historia gira alrededor de un joven (Mamoudou Athie) que no quiere seguir con el restaurante familiar en su Memphis natal, sino que ha conectado con el vino, su arte y su cultura, y se forma como sommelier a escondidas de su padre.
Es un tradicional cuento de herencias y las tensiones de dejar o no el nido, pero entre cata y cata aparecen mencionadas dos bodegas mendocinas, Catena Zapata y Alta Vista. La primera, una de las más tradicionales, fundada en 1902; la segunda, más reciente, con producción desde 1998.
Es decir, es la calidad de las marcas la que obliga a la mención. Porque -la credibilidad mentada, siempre sustancial- vino también es sinónimo de la Argentina.
Y viceversa: también en Netflix es posible ver Operación final, de 2018, que funcionó muy bien en la plataforma. La película narra la captura y el traslado por parte de un comando de la Mossad del organizador de los campos de exterminio nazis Adolf Eichmann desde San Fernando hasta Israel, donde sería juzgado y ejecutado por sus crímenes en 1960.
La historia, también mitológica, había sido contada varias veces en el cine y la televisión, pero no con tal despliegue, fue protagonizada por el ganador del Oscar Ben Kingsley como el ex jerarca nazi.
Y en las mesas argentinas de esa película, notable por el tema, aparece una botella de Norton, uno de los vinos argentinos más tradicionales. Nadie puede dudar que esa historia de espionaje totalmente fuera de lo común ocurrió en nuestro país: el vino en la mesa, la etiqueta célebre, genera también credibilidad absoluta.
Seguramente este matrimonio entre el cine internacional y el vino argentino continuará creciendo, y las cepas locales seguirán volviéndose míticas. El cine y el vino son fenómenos globales, proveen felicidad y justifican, y cómo, estar vivos. Así que nada más lógico para los vinos nacionales que volverse estrellas.