Cualquiera que esté atento a la góndola de las bebidas alcohólicas tiene que haber notado la insidiosa tendencia a disminuir el grado en ellas. Recientemente, sin ir más lejos, se lanzó un puñado de cervezas 0 alcohol, también algunos gins, mientras que varias bodegas exploran el universo de un vino sin alcohol. Algo así como comerse un asado magro a la llama del gas.
La movida actual tiene que ver con una idea sin sal de la salud: si el cuerpo está bien, llegará a viejo. Eso es lo importante desde el punto de vista médico, sin ponernos a pensar en el fondo qué implica darse los gustos en vida.
Hurgando en estas ideas algo melancólicas y vitalistas es que derrapé sin darme cuenta hacia el mundo de las marcas low calories y caí en la cuenta de un asunto que puede sacudir al segmento de las bebidas: para la ley de marcas la cerveza no es una bebida alcohólica.
No, no los estoy cargando. Es así desde 1957 y para el mundo entero.
De Niza a todo el planeta
El cuento es largo. Pero para hacer un rodeo menor hay que pensar que allá por la década de 1950, con un comercio mundial agazapado entre el proceso de descolonización y la Guerra Fría, surgió un problema central para las economías: si había que proteger la propiedad industrial como un valor de cara a los escenarios globales, había que tener una legislación mundial que diera cuenta de ellos.
Se la llamó el Acuerdo de Niza, porque se firmó en esa bonita ciudad francesa en 1957 y, desde entonces, se revisó 11 veces.
Ese acuerdo estableció con criterio natural que había que proteger las marcas como valores a patentar. El problema que enfrentaban estos hombres de leyes era simple: ¿qué pasa cuando una marca comercial denomina a más de un producto?
Si la distancia entre esos productos es lejana para los consumidores, razonaron, se vende por canales diferentes y en el fondo afecta a artículos bastante distintos, no debería haber conflicto. El truco estaba en armar bien las categorías de bienes y servicios para no superponerlas.
Establecieron las primeras categorías del acuerdo de Niza: del 1 al 34, productos; del 35 al 45, servicios. Son ni más ni menos que grupos en los que uno registra una marca y puede explotarla.
La cerveza no es una bebida alcohólica: diga 33, y ojo con el 32
En diversas estimaciones publicadas en medios se infiere que Argentina tiene unas 6000 marcas de vino activas –no necesariamente activas comercialmente– mientras que para el sistema María –que lleva la contabilidad de lo exportado– el número se reduce a unas 2500.
Todas ellas están comprendidas en el rubro 33, el de Bebidas Alcohólicas. Allí entran el vino, el whisky, los spirits, el vermut y lo que se nos ocurra dentro del concepto bebida alcohólica, con la excepción de la cerveza.
Es que, para el acuerdo de Niza, la birra es una bebida sin alcohol, incluida por ende en la insulsa categoría 32. Dice: “Cervezas; bebidas sin alcohol; aguas minerales; bebidas a base de frutas y zumos de frutas; siropes y otras preparaciones sin alcohol para elaborar bebidas”.
Y continúa con una nota explicativa: “La clase 32 comprende principalmente las bebidas sin alcohol, así como las cervezas”.
Una cuestión inconfundible
Los pensadores de Niza, según el excelente artículo publicado oportunamente por CITMA.org (Crossing the class divide, September 2020), resolvieron el problema administrativo de las marcas que no chocan, pero dejaron otro latente.
Se trata de un dilema que no podían ver entonces, pero que se presenta hoy: una marca de vino o whisky sin alcohol, por ejemplo, debería inscribirse en la categoría 32.
“Tomemos como ejemplo a Seedlip –escriben en CITMA–. Registró su marca comercial en la UE para ´Bebidas sin alcohol; agua; aguas saborizadas´ en la clase 32, en 2014. El propietario de una marca históricamente registrada para ´ginebra´ en la clase 33 podría no haberse preocupado por esta solicitud (de hecho, pasó sin oposición), pero Seedlip se comercializa hoy y se consume como un destilado sin alcohol, lo que significa que es probable que se perciba como un competidor comercial de una marca de ginebra tradicional”.
Todo este galimatías tiene un pecado original que, más allá de las innumerables propuestas de reubicar a la cerveza en el marco de las bebidas alcohólicas, sigue sin resolverse: cuando se estableció esa diferencia se la hizo pensando en que la birra era una bebida baja en alcohol y que se vendía de otra forma. Es decir, que las compañías cerveceras vendían soft drinks en canales diferenciados. Quizás un truco de buen lobby.
Pero el mejunje hoy se pone más espeso entre las compañías de bebidas. Y se da el caso de marcas que nombran vinos como cervezas –y no están en conflicto– y viceversa.
El matete parece venirse del crossing entre las categorías de la mano de las bebidas sin alcohol con marcas claramente etílicas, como ya vemos hoy. En todo caso, será pasto para los buffet de abogados que se beberán la espuma de estos conflictos en el after.
Lo que deja un regusto amargo –bitter, para decirlo en términos de bebidas del rubro 33– es que más temprano que tarde habrá un ajuste de cuentas entre marcas. Y no será de baja graduación.