Lejos de la copa cristal y los salones silenciosos de cata, el vino vibra en algunas noches al ritmo de la música y las burbujas de soda que ascienden por los vasos. Se trata, claro está, del viejo y querido sodeado: un vino al que para bajarle la graduación, refrescarlo y ponerlo en la boca, nada más hace falta un buen chorro de soda fría y unas rocas de hielo.
Vino con soda: the return
Una pesadilla para los sommelier y la plana especializada que solo aprecia el vino cuando se sirve de la forma “adecuada”. Sin embargo, el vino con soda es una movida que viene creciendo y que comienza a hacer ruido fuera de las paredes del boliche.
¿El dato? La movida más cool de Mendoza en este momento son las fiestas llamadas Club del Sodeado, que arrancaron hace tres años como una movida under y ahora llenan boliches todas las semanas. Por supuesto: el trago más consumido no es otro que el vino con soda.
Es curioso: mientras que en la otra punta del negocio, en las vinotecas de roble y tuneo estético, el asunto se pone difícil cuando no oscuro, entre los quebrantos y desfalcos que dejó el último trimestre de 2017 por la caída del consumo, en el otro extremo del negocio revive con festejada efervescencia. Entre esos polos no tarda en tensarse la cuerda.
A raíz de ello, en la última semana circuló por whatsapp un audio viral. En él, se escucha a un propietario de restaurante –cuyo nombre no trascendió– quejarse de cómo la industria del vino apuntó sólo a premiumizarse y dejó al consumidor de carne y hueso fuera de la mesa. Dice, entre otras cosas, “toda la estrategia comunicacional y de marketing de los vinos como industria fue de lo peor que yo haya visto en mi vida. Tomaron una bebida popular y la llevaron a un lugar de conchetos, a un lugar de polistas, a un lugar inaccesible. A la gente que había tomado vino toda la vida le decían que estaba mal, que no lo podían cortar con soda, que no podían tomar con hielo, que no lo podían tomar frío”.
Matizando algunos términos, es difícil no estar de acuerdo con el comentario. Pero como todos los consumos populares de raíz genuina, el vino con soda no murió y goza de nueva salud.
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Marcas a medida
Mientras que en 2016 aperció una marca llamada Sodeado, que venía en botella de plástico y ya mezclado con soda, ahora acaba de salir a la venta un vino hecho y derecho que está pensando para beberse con soda. Se llama Hollywood y viene en Bag in Box de tres litros ($450). El concepto es simple: “un tinto frutado, de frescura media y cuerpo medio al que le viene genial un chorro de soda”, explica Lis Clément, creadora de la idea. El vino va a la heladera y queda siempre frío.
Inspirado en el Club del Sodeado, al que Clément observó con detalle, Hollywood es una marca pensada para el consumidor joven que no comprende, ni le interesa, el universo del vino tal y como lo plantea la industria. Ahí no hay terruño, no hay varietal, no hay ninguna otra cosa que no sea una bebida refrescante y sabrosa para quitar la sed. Vino con soda y punto.
Hollywood no es la única. En los últimos años otras marcas apostaron por desestructura el a veces rígido mundo del vino. Ahí están Norton Cosecha Tardía con sus tragos de espíritu tropical, Aimé que propone poner el acento en la que te gusta, y Dadá cuyas burbujas edulcoradas conmueven a paladares jóvenes.
De hecho, así como el Fernet es para para los jóvenes una bebida de códigos muy simples, el Fantino –la versión de tinto + gaseosa de naranja– genera también un consumo de culto entre los jovenes de clase media que salen a bailar y hacen las previas en sus domicilios.
Así las cosas, mientras que el negocio del vino se achica por la caída del consumo -2017 marcó un nuevo récord, con 20 litros per cápita según diversas consultoras privadas– y el bebedor encuentra el gusto ocasional de una buena botella para los fines de semana, en el otro extremo del negocio bullen formatos insospechados con plena salud.
Entre el vino con soda y el fantino, hay una efervescencia que observar. Consumos genuinos y de códigos propios que ponen nueva vida al vino.