¿Hasta dónde puede llegar el conocimiento científico para delimitar una región de vinos? Esa pregunta, que hoy describe mejor que ninguna el viaje que lleva a sectorizar cada vez mejor las regiones vitícolas de nuestro país, encuentra en Paraje Altamira tal punto de sofisticación que sirve, de paso, para entender cómo, por qué y de qué manera se trabaja hoy en la parcelación del viñedo argentino.
Paraje Altamira es un rincón al pie de la Cordillera de Los Andes, en el extremo Sur del Valle de Uco, en Mendoza, que no está sujeto a delimitación política: no es un departamento, tampoco un distrito, sino más bien un lugar. La vid se cultiva allá desde hace unos cien años y siempre tuvo, como sus vecinos La Consulta –de la que formaba parte hasta 2013- fama de vinos diferentes. Las bodegas buscaban sus uvas como se busca algo preciado en la frutería y el precio siempre estuvo por encima de la media. ¿La razón para esa diferencia? Se desconocía hasta hace unos pocos años, aunque los viejos, más conocedores por diablos que por viejos, intuían la cuestión con sus muchas lunas de viticultores: zona alta y fría –a unos 1.100 metros sobre el nivel del mar–, cansados de romper palas haciendo pozos para plantar habían llegado a la conclusión de que esos piedrones tenían algo que ver con el asunto.
Hubo que esperar hasta 2013, en que se realizó el primer estudio serio sobre la región, para empezar a entender qué hacía a Paraje Altamira un lugar tan singular.
La Indicación Geográfica
Desde 1999 la ley Argentina reconoce el origen del vino como el origen de la uva. Parece un asunto menor, cuando el consumidor reconoce el origen del vino en la góndola y su precio, pero no lo es tanto: para que la legislación Argentina estuviera homologada con la de otros países, tenía que permitir establecer un criterio de distinción. Y ese criterio dice que todo viñedo debe estar inscripto y reconocido en el Instituto Nacional de Vitivinicultura y que, con esas uvas identificadas, el origen del vino puede establecerse sin dificultad.
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Sucede que viñedos hay muchos. Y si bien en la etiqueta se los puede mencionar (y se lo hace) no alcanza para un catador sueco, holandés o de acá nomás tenga claro el asunto. De modo que se establecen regiones más grandes que contengan esos viñedos. A esas regiones se las denomina Indicación Geográfica (IG) y son marcas de uso común que quedan protegidas frente al mundo. Por ejemplo: Valle de Uco hay uno solo en el planeta y nadie puede usarla sin que las uvas provengan de viñedos allí emplazados. La idea que establece una IG reconocida es que sus vinos son diferentes.
Las IG tienen un truco, sin embargo. Como las mamushkas, unas pueden contener a otras. Y en caso de que se empleen uvas de más de una IG para un vino, la ley obliga a que se use la IG que contiene a las otras dos. Un ejemplo: Paraje Altamira es una IG y si el vino proviene solo de ella, puede decirlo claramente en la etiqueta; si combina uvas de La Consulta con Paraje Altamira, la denominación es San Carlos, la IG que las contiene; si además combina uvas de otras regiones de Uco, la IG usada será Valle de Uco. Y así hasta Mendoza, Cuyo o Argentina en el caso de que se emplee uvas de dos provincias.
Paraje Altamira 2013
Con ese criterio de mamushkas, tres productores decidieron empezar la segmentación de la región. Bodega Catena, Chandon y Familia Zuccardi establecieron, por medio de una investigación muy seria a cargo de la cátedra de edafología de Facultad de Agronomía de Universidad Nacional de Cuyo, cuáles eran las características distintivas de Altamira (que todavía no llevaba el Paraje delante y ya veremos por qué).
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Según el estudio, que cruzó sofisticados mapeo de suelos, con información geológica e imágenes satelitales para poder establecer límites precisos, Altamira era diferente de sus IG’s vecinas. Primero, porque está completamente plantada sobre el cono aluvial del Río Tunuyán, lo que determina suelos pedregosos y con sedimentación fina. Segundo, porque ese cono presenta cierta uniformidad entre los 1000 y los 1200 metros de altura. Y tercero, porque es rico en carbonatos de calcio, según detalla el informe, llegados hasta allí por el río, que los arrastra desde la cordillera.
Como Altamira era una marca comercial, el INV negoció con el propietario el uso de Paraje Altamira para la IG. Y estableció su uso común en 2014 para unas 4500 hectáreas, de las que estaban plantadas unas 1900. No sin conflictos. Primero porque, es verdad, el estudio no sólo permitía establecer que esa pequeña porción fuera la única comprendida con cierta uniformidad, puesto que el cono aluvial del río es mayor. Segundo, porque había algunos productores que querían formar parte de esa nueva elite y quedaban fuera. El conflicto tuvo dos etapas y hoy ofrece una IG que alcanza a unas 9 mil hectáreas, de las que hay plantadas un tercio.
Lo interesante del asunto, es que el caso de Paraje Altamira sentó las bases para una forma científica de encarar las delimitaciones. Y al mismo tiempo, algunas de las regiones que dejó fuera –por ejemplo, porque tenían una exposición diferente, hacia el sur y no hacia el noreste como Paraje Altamira- ahora buscan su propia definición frente al INV. Así, la IG El Cepillo pide pista y es posible que vea la luz este año.
Al mismo tiempo, los cuadros técnicos que trabajaron en la definición de Paraje Altamira, como los ingenieros agrónomos Sebastián Zuccardi (familia ídem), Luis Reginato (Bodega Catena) y Martin Kaiser (Bodega Doña Paula), llevaron el expertise a otras zonas de Uco, donde se establecerían nuevas IG: por ejemplo, San Pablo y Gualtallary ya fueron presentados y están esperando aprobación. Y en breve, habrá una serie de regiones claramente establecidas.
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Todo esto, del lado de la oferta. Desde la demanda, ahora es cuando el consumidor tiene que empezar a probar y elegir por el simple criterio del gusto cuáles serán las más afamadas y cuáles, a mayor demanda, tendrán los precios más altos y el prestigio más inflado. Por ahora, algunas bodegas pusieron algunos vinos en la estratósfera de los precios, mientras que otros son más accesibles. Y si de probar qué distingue a Paraje Altamira de otros regiones se trata, lo ideal es encarar algunas de estas botellas y estudiar el asunto. Una sola pista: la altura y la combinación de clima fresco y suelos pedregosos y carbonatados, parecen ser la clave para una muy distintiva frescura y textura de tiza.
La Igriega Malbec (2013, $220). Nuevo proyecto es impulsado por Marcelo Goldberg, talentoso empresario textil devenido en viticultor. A diferencia de otros Malbec de la zona, destaca por su equilibrio y balance desde el primer sorbo. No juega con emociones fuertes sino con elegancia. Un tinto singular en momentos en que se pondera la suma de virtudes por sobre la elegancia austera.
Traslapiedra (2015, $250). Creado por cinco amigos, este blend de base Malbec –con Cabernet Sauvignon y Merlot– ofrece un tinto más potente que los varietales y al mismo tiempo de mayor frescura y expresión compleja. La etiqueta tiene un giro lisérgico: el vino viene con un acrílico rojo colgado al cuello que, si se mira a su través, revela lo que esconden esas piedras.
Tinto Negro Finca La Escuela Malbec (2012, $260). La bodega TintoNegro elabora este vino con un viejo viñedo. Como la casa acostumbra a elaborar estilos ligeros, este tinto no es la excepción: es diáfano en aromas frutales y florales, con una boca suelta y jugosa, en donde la textura de tiza es delicada.
SanVida Malbec (2013, $292). Este viñedo pertenece a una pareja periodistas norteamericanos que descuban la pasión por el vino en Paraje Altamira. El tinto es todo lo que se espera de la región: fragante, de rica frescura y paso de tiza. Muy bien.
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Lupa Malbec (2014, $320). Elaborado con un pequeño viñedo de la IG, este vino de autor destaca por su expresión alta y frutada, su paso cordial de taninos amplios y con trazo de tiza y frescura moderada. Bien jugoso, es un tinto bien grato.
Finca Suárez Reserva Malbec (2013, $350). Elaborado con uvas de un viejo viñedo de la familia Suárez Lastra, este Malbec define en aromas y textura lo que se espera de la región: fruta roja y trazo floral y balsámico, al paladar es apretado, con frescura intensa y taninos de tiza.
Ayni Malbec (2014, $383). Todos los años, Bodega Chakana, elabora de la misma parcela de su viñedo de Altamira este vino potente en aromas y de boca texturada y de alta frescura. Cultivado de forma orgánica, es un tinto que vale la pena conocer.
Altos Las Hormigas Appellation Altamira Malbec (2014, S/D). Uno de los proyectos líderes en la región es el que lidera Altos Las Hormigas con su línea Appellation. De aroma de violetas, trazo de tomillo y ciruela, recuerda también algún trazo animal. Vino fresco, de textura tiza bien marcado y elevada frescura. Bien en la línea de lo que se supone debe der, con un rasgo algo exagerado. Linda expresión.
Aluvional Altamira (2012, $1200). Tinto icónico de la región, con él Familia Zuccardi no apuesta por el varietal sino por la región –de hecho dice que es Malbec sólo en la contraetiqueta-. Esta añada es bien representativa de Altamira, de color profundo, aromas complejos entre frutales, florales y balsámicos, con boca fresca, apretada y de tiza.
Achával Ferrer Finca Altamira Malbec (2013, $1900). Vino pionera en la región, tanto por el uso de Finca Altamira, como por ser uno de los vinos más caros allí obtenidos. Elaborado con uva de una pequeña finca junto al Río Tunuyán, es fragante, con trazo mentolado, boca muy fresca y trazo ligero de tiza. Vino singular y por eso recordable.
La gente de Altamira
Es verdad que el vino se hace en el terroir, pero sobre todo es que la gente le da una forma puntual. Y en Paraje Altamira hoy hay una movida de pequeños productores trabajando por hacer un estilo representativo de una región. Eso, con los años, valdrá mucho. Por lo pronto se los puede conocer en www.ParajeAltamira.com, donde cuentan sus historias y le dan forma a su sueños de consolidar a su paraje como uno en el mundo.
Joaquín Hidalgo | @hidalgovinos