No tardó en cundir la alarma. Corría el año 1863 cuando la caída del vigor del viñedo francés, en Languedoc, seguido de la muerte de las plantas, marcó el punto de inicio de lo que se conocería como la crisis de la filoxera. Un pequeño, en rigor diminuto, insecto, que había llegado desde América a Europa como consecuencia del intercambio de plantas entre los continentes, ponía en peligro al vino del mundo.
En América, donde las vides nativas estaban adaptadas a este insecto, nunca había habido noticias de su poderío destructor. En el Viejo Continente, sin embargo, nada lo detuvo.
Avance de la filoxera
La progresión fue pasmosa: entre el primer reporte del brote y 1880, la filoxera golpeó buena parte del viñedo francés y alemán; para 1900 no quedaba ninguna región de Europa libre de la filoxera, con excepción de unos pocos bolsones extremadamente arenosos.
La economía del vino fue a la quiebra, regiones como la mencionada Languedoc llegaron casi al borde de la guerra civil y el faltante de vino empujó el desarrollo de otras bebidas como la absenta, que nació y se fortificó en este proceso.
Durante esos años fueron muchos los esfuerzos por encontrarle una solución al piojo de la vid, como se lo describía entonces. El primer gran desafío fue su caracterización y explicación del ciclo.
Mientras que en Francia los productores notaban que el insecto se alimentaba en las raíces, en Inglaterra reportaban ataques en las hojas. Lo mismo describían los técnicos al otro lado del atlántico en Estados Unidos.
Eran tiempos de barcos a vapor y comunicaciones lentas. Las noticias y los adelantos llegaban siempre con retraso y los científicos no atinaban a dar respuesta.
Fue el entomólogo estadounidense Charles Valentine Riley quien resolvió el puzle. Riley había observado que el pulgón pasaba el invierno en las raíces de las vides americanas pero que, llegado el verano, volaba hacia otras vides.
En efecto, descubrió que la filoxera tiene al año algunas generaciones de las que una parte desarrolla alas, y otra parte no. Lo que parecía más de un insecto era siempre el mismo.
Para 1874 el ciclo estaba completamente descripto y una solución se avizoraba en el horizonte: si las vides americanas tenían raíces resistentes al pulgón, podrían injertarse vides europeas sobre americanas y dar al menos control a la plaga.
Replantación
De modo que los viñedos infectados no tenían otra solución que ser replantados. Y aquí se da una de esas situaciones curiosas en la historia: dado que había que volver a desarrollarlos, los viticultores tomaron nuevas decisiones sobre qué plantar.
Por eso es que algunas vides desaparecieron de sus lugares de origen. Es el caso del Malbec o del Carménère, que en la elección de los viticultores quedaron rezagados frente al Cabernet Sauvignon y Merlot.
De paso, en ese proceso, se aniquiló buena parte de la variabilidad genética de los viñedos. En algunos lugares del mundo, sin embargo, había plantadas uvas anteriores a esa crisis.
En Argentina, sin ir más lejos, el encepado estaba ya compuesto en buena parte por variedades francesas. Otro tanto sucedía en Chile y España.
Los científicos no tardaron en descubrir que la filoxera no atacaba viñedos plantados en suelos bien específicos: a más arenosos, menos propensos.
De modo que las regiones del mundo que tenían suelos arenosos se salvaron y se salvan aún hoy de esta plaga. No así los que son arcillosos o calcáreos, donde la filoxera se siente a gusto.
Así, viñedos realmente antiguos en el mundo sólo quedan en lugares donde la arena salvó a las vides. Si uno visita hoy el Valle Calchaquí, por ejemplo, puede encontrar viñas plantadas en 1830 que están en perfecto estado.
En el Viejo Continente, la región de Toro en España es el mejor ejemplo: es tan agreste y tan arenosa que ahí la filoxera nunca pasó y mucho del patrimonio del país en materia de Tempranillo fue salvado en ese aristocrático rincón de Castilla y León.
El futuro
La filoxera aún no tiene cura. Como puede sobrevivir bajo tierra largos períodos, alimentándose de las raíces antes de salir a volar, es muy difícil de controlar. Salvo por el uso de los portainjertos resistentes, aún no tiene una clara solución. Hay viñedos que, aún infectados, consiguen producir uvas como algunos de Portugal de los que tengo noticias, pero son más raras las excepciones que los casos en que los consume.
Los viñedos sobrevivientes, sin embargo, ofrecen un material extraordinario para la genética de la vid. Y están quienes buscan en esas antiguas plantas algunas claves para el desarrollo a futuro de sabores del vino.
Alguna resiliencia deben tener, además de ofrecer algo de lo que no se perdió con la crisis de la filoxera. Por eso, algunos productores de vino del mundo subrayan el carácter prefiloxérico de sus uvas. Es un valor, sin dudas, del que pocos pueden presumir.