Nadie entiende bien los datos de esta cosecha que toca a su fin. No tanto por el volumen de lo cosechado, en torno a los 1.9 millones de toneladas de uva, sino porque los valores de la marcha climática no están reflejados en los vinos. O, mejor dicho, están, pero al revés.

Entre los enólogos y agrónomos consultados, la sensación es unánime: la 2024 fue una gran cosecha en términos cualitativos. Pero a la hora de interpretar las razones para conseguirlo, las respuestas comienzan a divergir.

Para unos, el año del Niño se reflejó en las cuantiosas nevadas, pero no así en las pocas lluvias durante el verano. Son los que sostienen que el verano fue cálido –tanto o más que el que precedió a la vendimia 2020, con valores similares a la 2023– y que, sin embargo, los vinos reflejan condiciones de año frío. 

Otros, sostienen que, si bien las temperaturas acumuladas son muy parecidas a otros años, la marca de la temporada se debió menos al Niño que a la Niña: esta última, responsable de las grandes heladas de la primavera de 2022.

Como consecuencia, esta cosecha se vio afectada por una caída general de la fertilidad, y eso habría hecho que las plantas trabajasen de otra manera, muy distinta a otras añadas. Con todo, los volúmenes cosechados no fueron a la baja.

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La 2024 fue una gran cosecha en términos cualitativos.

Cualesquiera sean las razones, en una cosa la visión es unánime: los vinos de la 2024 ofrecen profundidad, matices y energía. Todo lo contrario a una añada cálida.

 

Cosecha 2024: agua, vientos y calores

La marcha climática desde la primavera estuvo signada por la recurrencia e intensidad de los zondas a lo largo de la cordillera. Desde junio –lo que definió un invierno más cálido– hasta bien entrado noviembre los vientos dominantes fueron los que provinieron del Pacífico.

Esos vientos, debido a las temperaturas crecientes que acarrea el Niño, llegaron cargados de nieve para establecer al 2023 como el año más nevador de la última década (y nos quedamos cortos).

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La primavera estuvo signada por la recurrencia e intensidad de los zondas a lo largo de la cordillera.

Pero si la nieve garantizó el riego durante toda la temporada (ya veremos cómo y dónde incide), el zonda machacó las viñas rompiendo brotes y hojas, pero sobre todo afectó el cuaje de las flores. 

Sensibles a los cambios de humedad y a los vientos, las flores de la vid sufrieron y los racimos resultantes, de Neuquén a Salta, ofrecieron poco peso. 

Dieron granos pequeños, que garantizan la concentración de los vinos, pero al mismo tiempo dejaron la cosecha en un número que parece ser una realidad: 1.9 millones de toneladas de uva (un tercio menos que en 2014, la última gran cosecha, pero similar 2022 y 2017).

Bien mirado, el número es un poco engañoso. Mientras que Mendoza repuntó comparado con 2023 (que fue la cosecha más chica de la década) con un 30% más de uva –empujado por San Martín, San Rafael y General Alvear–, San Juan sólo escaló un 7%. 

En General Roca, por ejemplo, la cosecha también es un 25% superior a 2023.

En esos números crecientes puede estar la clave de una sensación generalizada desde febrero en adelante: el grado estaba planchado. Es decir, la uva maduraba en color y aromas, pero no acumulaba más azúcar. 

Al mismo tiempo, ahí puede estar la clave de un año en el que la madurez corresponde a un año frío cuando los datos son contrarios.

Como sea, desde marzo en adelante las condiciones se acomodaron a una madurez constante y las bodegas pudieron cosechar eligiendo qué y cuándo, e incluso parando porque las uvas no avanzaban. 

Hasta abril la tónica fue esa. Desde abril hubo que redoblar esfuerzos para ingresar las uvas y algunas se solaparon.

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Alta costura

Para algunos técnicos este fue un año en el que hacer alta costura y no un estilo pret a porter. Con alcoholes más bajos que el promedio de los últimos años, la buena producción acompasó la madurez con un poco menos de concentración, a lo que se suma elegancia y finesa. 

La palabra energía se repite entre los consultados, quizás como resultado de la pérdida de concentración o de algunos bloqueos durante las olas de calor del verano. 

En todo caso, la finesa de los taninos es otro de los puntos señalados, que no condice a un escenario de plantas sufridas. Quizás ahí jugó un papel ideal la disponibilidad de agua. 

Gracias al Niño y sus nevadas, los productores pudieron regar a lo largo del todo el ciclo y las plantas soportaron el año cálido con mejores balances. 

Quizás ahí radique la contracción en los números: si la cantidad cosechada creció, y eso se debió sobre todo al agua y no a la pérdida por corrimientos o efectos del zonda, el balance por todos señalado parece haberse jugado ahí, entre los granos pequeños y una mayor cantidad de ellos. 

Habrá que esperar a probar los vinos para saber si, en un año de Niño, fue la pericia de los productores lo que logró llevar las uvas a buen puerto.

Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca curiosidades, experimenta con formatos y habla sin rodeos de lo que le gusta y lo que no. Lleva más de veinte años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma que fundó en 2013) o bien en medios nacionales, como La Nación y La Mañana de Neuquén. Desde 2019 es el crítico para Sudamérica de Vinous.com (EE.UU.).