Alguien dijo alguna vez que los buenos vinos nacen de los buenos paisajes. En distintas versiones, esa idea sobrevuela el entorno de los vinos en formas tan diversas como fascinantes: paisajes culturales como los de Toro, en España, con hondas raíces medievales e históricas son una cosa; paisajes agrestes y minerales como los de Huasco, en el desierto de Atacama, son otra bien distinta.
La comparación no es ni caprichosa ni forzada. Es más simple: hay lugares del mundo del vino que te obligan a respirar hondo y abordarlos con algo más que una mirada y unas copas. Por eso el contraste. Por un lado, la larga duración y el abolengo para algunos puntos de Europa; por otro, la naturaleza curtida y los elementos primarios de Huasco.
Estuve en Huasco hace un par de meses. Me llevó hasta allí la curiosidad.
En mis últimos reportes sobre Chile había probado un puñado de blancos salidos de otro planeta gustativo, vinos que definían nuevos parámetros dentro de las copas. Algunos Chardonnays, como Tara, eran solares y diáfanos, con una tensión y una pizca salobre que no encaja en ese tipo de paisajes.

Otros, como J. P. Martin Pinot Noir, ofrecían el esqueleto evidente de los climas fríos, una especie de anorexia que deja entrever la estructura, pero que conserva la energía y el sabor de un tinto elaborado bajo el pleno sol de los trópicos.
Todo lo que provenía de Huasco era exotismo en las copas. Y lo más curioso: eran unas raras y pocas botellas que cada año podía pescar en tastings al otro lado de la cordillera. Cada copa era una intriga. Y como quien dice, nada más faltaba ir y conocer.
Huasco, Atacama
Más o menos desde Santiago hacia el norte, Chile se convierte paulatinamente en un desierto. No en cualquier desierto. Desde La Serena en adelante, lo que reina en el paisaje es Atacama: el desierto más seco del mundo, el del aire más delgado y etéreo, y de los cielos más llenos de estrellas.
Desde los glaciares de cordillera de Los Andes, a más de 5.000 metros y en plena puna, emergen unos hilos de agua que se van acoplando unos a otros hasta formar una serie de ríos que van a morir al Pacífico.
En el pasado remoto tuvieron caudales importantes, que labraron los suelos. Hoy, salvo años de nevadas intensas en invierno, o los raros episodios de lluvia en los que emerge el desierto florido, tiene el pulso regular de las estaciones. Uno de ellos es el Río Huasco, pero podrían ser Loa, Copiapó o Lluta, que funcionan parecido.

Ubicado a unos 28° de Latitud Sur (el equivalente a la ciudad de Catamarca), el Huasco riega unas 30.000 hectáreas entre pasturas, olivos y en menor medida viña, de la que hay unas 350 ha (2021).
De estas últimas, el grueso va para el pisco, mientras que en vino sólo se emplean unas 15 ha. Esas son las que producen algunos de los blancos que cautivaron mi imaginación.
Entre las ciudades de Vallenar y el puerto de Huasco hay un puñado de productores de vino. El más grande es Ventisquero, que elabora allí los vinos Tara, que en la escala de la empresa es una gota de vino. Otros más pequeños, como Martin, Buena Esperanza, Kunza y Tres Quebradas, cuentan su producción en botellas.
Más allá de la escala, lo que hace atractivo a estos vinos es la singularidad. Todos, con sus matices, son ligeramente salinos y con texturas de tiza. Y si el clima podría indicar una zona cálida, por altura y ubicación, es todo lo contrario: el Pacífico produce su efecto buffer hasta la ciudad de Vallenar. Con noches frías y mañanas nubladas, y tardes a sol pleno, el carácter de los vinos habla de ese paisaje de ciclos cambiantes.

Para más datos, ante las comidas de mar, entre erizos y locos, entre reinetas y congrios, el perfil de estos vinos funciona como un engranaje aceitado. En eso, es curioso el paisaje humano del vino que ensambla los sabores como si hubiera una larga tradición, aunque los vinos de Huasco recién empiezan su rodaje. En todo caso, una cosa es importante tener clara: son vinos que dejan una huella y no pasan desapercibidos. Y eso siempre es bienvenido.
Qué probar
Entre los vinos de Huasco que más llamaron mi atención, en caso de viajar a Chile, conviene apuntarse con Kalfu Sauvignon Blanc 2022, Tara Chardonnay 2021 y 2022 y Tara Viognier, criado en solera, todos de Ventisquero. De Buena Esperanza, el Chardonnay 2022 y el Pinot Noir 2021. También José Pablo Martin Garnacha de Cal 2022 y José Pablo Martin Mai Chardonnay 2021; Kunza Ensamblaje 2019 y el potente Tres Quebradas Garnacha 2022.