Estamos en Junín, provincia de Mendoza, a unos 60 kilómetros al este de la ciudad. Aquí, entre alamedas altísimas, calles de tierra y viñedos antiguos, vibra una vena histórica en materia de vinos: esta región fue plantada por los pioneros con el cambio de siglo XIX al XX y, también, fue reimplantada a lo largo de las décadas para hacer a los viñedos de Junín Mendoza más y más productivos. 

Ningún productor en kilómetros a la redonda se asombrará al decir que su viña rinde unas 45 toneladas por hectárea. Comparadas con las 6 u 8 magras de Valle de Uco, estamos en otro mundo.

Recorrer algunos viñedos de Junín Mendoza es un viaje al pasado. Particularmente uno, en el que estamos ahora, es interesante. Cada vid de las 30 hectáreas aquí plantadas está identificada. 

Viñedos de Junin MendozaPara la estadística del Instituto Nacional de Vitivinicultura todas son Tempranillo. Pero si uno camina entre las hileras, sobre una tierra que parece talco a cada pisada, se sorprende de no ver ninguna viña rotulada como tal. La sorpresa es aún mayor cuando se leen en las etiquetas Maticha, Bequignol, Canela, Criolla Grande, Criolla Chica. Es como haber entrado a otra geografía del vino.

Son plantas robustas. Llevan aquí al menos unos 50, 60 o quizás más años. Algunos fueron buenos años, con agua suficiente para crecer y dar uvas. Los últimos, en cambio, casi no llegó el agua a esta región. Y sin embargo las plantas están tan adaptadas en los viñedos de Junín Mendoza que brotan y dan sus racimos. “Lo difícil –dice Lucas Niven, al frente del viñedo y la bodega familiar– es que necesitás un mapa para cosecharlas”.

Aquí nada se mide por hectáreas, sino más bien todo lo contrario: hacer un vino es elegir plantas individuales y para eso está puesto el cartel en cada una. Niven lleva un cuaderno donde cada planta está identificada. Señala: “Esa de ahí es Canela”. El cartel está tan borrado que no podríamos saberlo.

Viñedos de Junin MendozaLos viñedos de Junín Mendoza, con viñas de otro tiempo

El viñedo de familia Niven está lejos de ser una excepción en la zona. Lo es, si acaso, porque aquí se tomaron la molestia de identificar a cada planta. Pero el sistema de plantación es el que se usaba en el pasado. Las estacas de un viñedo se llevaban al próximo y así se multiplicaban variedades que, a lo sumo, tenían la identificación genérica de tinta, blanca o quizás, francesa o Tempranillo a falta de mejor selección.

Lo interesante de este viñedo, y que llevó a Niven a trabajar con el INTA Luján de Cuyo y con sus especialistas en ampelografía, es que funciona como un germoplasma: un reservorio genético para investigar y para el futuro, con vides resilientes. “Aquí hay de todo –dicen Niven–, hay muchas plantas que aún no sabemos qué son”.

Más tarde, en la bodega, veremos el cuadro completo de las uvas criollas identificadas hasta ahora. En su finca están casi todas. Con un criterio moderno de enología, aquí se han dedicado a separar cada planta para poder luego fermentarlas juntas y ver qué gusto tienen. “Los viejos antes metían todo al lagar y las cofermentaban para hacer los vinos que les gustaban”, dice.

Pero Niven es un tipo inquieto y se lanzó a elaborarlas para conocerlas. Las probamos todas: Pedro Giménez, Canela, Criolla Grande, Criolla Chica, Maticha, cada una con diferentes aproximaciones estilísticas. Todas bajo la línea Pala Corazón.

Viñedos de Junin MendozaLos vinos ofrecen una paleta de sabores como llegada del pasado. A un bebedor formado en la década de 1980 y 1990 le recordarán a los vinos baratos de ese tiempo. Pero la gracia está en otro lado. Son uvas nativas de Argentina a las que se les pueden buscar estilos propios. 

De eso conversamos largamente en una cena con Niven y otros productores de la zona, donde un joven Matías Morcos arriesga: “En la Bonarda y en las Criollas hay un sabor del este. Es una región en la que hay que hacer enología creativa para sacarle partido –dice– pero podemos ofrecer un sabor diferente”. 

Como ellos, otros productores de vino ofrecen matices propios. Es notable el trabajo con Pedro Giménez, por ejemplo, que realiza Finca Familia Robles con la marca Cephas. Otro tanto con Finca Feliz o Amuleto. También Macollo, que embotella un Bequignol delicioso.

Hay una mixtura de juventud, ideas creativas y ganas de reflotar el corazón productivo de los viñedos de Junín Mendoza que motiva. 

Hoy, frente a los millones de litros que salen de la zona, son más un dato que una realidad. Pero en unos pocos años algunas de estas ideas quizás den sus frutos logrados. Y lo que hoy es un germoplasma para estudiosos de escritorio quizás se convierta en una caja de Pandora para la renovación de la región. La realidad es que, por ahora, algunos productores elaboran vinos de otro cuño.

Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca curiosidades, experimenta con formatos y habla sin rodeos de lo que le gusta y lo que no. Lleva más de veinte años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma que fundó en 2013) o bien en medios nacionales, como La Nación y La Mañana de Neuquén. Desde 2019 es el crítico para Sudamérica de Vinous.com (EE.UU.).