La movida de los rosados vienen en franco ascenso. Ya no sólo se trata de unos pocos vinos que ofrecen un perfil liviano de color, sino que se trata de una oferta que hoy comprende varios estilos de vinos rosados, todos seductores, cuyo paladar puede ir desde un rosé tenso y refrescante a uno voluminoso y edulcorado. En ese contexto, elegir un rosado ideal puede resultar algo complejo. Pero más que eso: saber para qué sirve un vino rosado, como acompañarlo y cuándo descorcharlo es clave. A continuación, el ABC de los estilos de vinos rosados y sus usos.

El color es todo.

 En los estilos de vinos rosados los matices de color suponen un desafío técnico para quienes lo producen. Se los puede elaborar directamente de uvas tintas apenas maceradas con los hollejos –están los rosados macerados apenas horas y los de una noche–, de forma tal que el color varía desde un pálido rosado, casi piel de bebé, a unos que lucen cobrizos como si fuera piel de cebolla y, en el extremo, unos tintos ligeritos, que tienen color cereza o ciruela. O bien mezclando blancas y tintas. En todo caso, la intensidad del color es un índice bastante cierto de la estructura del vino. La cosa así: más pálido es, más fresco y delgado será; más tipo tinto clarete, habrá cuerpo medio y, eventualmente, una frescura moderada. Buenos ejemplos de estos estilos de vinos rosados, son: el rosé ligerito de Nieto Senetiner Believe in Rosé (2018, $220), nervioso y etéreo; o Goyenechea Rosé de Merlot (2018, $150), algo goloso y de paladar amplio.

Nada de terroir (o más o menos).

Contrariamente a casi todo el mundo del vino los rosados no son vinos de terroir. Son vinos elaborados en la bodega con base a tecnología. Como todo el secreto está en el color, y el color es muy delicado de sostener, la elaboración se hace siempre inertizando con gases –desde nitrógeno a carbónico– los recipientes de fermentación y almacenado. La idea es desplazar el oxígeno que dañaría el color. De forma que el terruño queda borrado –o casi borrado– en la bodega según sean los estilos de vinos rosados. Por supuesto, zonas cálidas y variedades adaptadas a este criterio –como Syrah, Garnacha y Cinsault– funcionan bien para estos vinos, tal y como lo demuestran los vinos de la Provenza, Francia, cuyo ejemplar local más logrado es Saint Felicien (2017, $605), elaborado con Syrah y Garnacha. Pero zonas frías, como el Loire, también en Francia, o Valle de Uco en Argentina, puede elaborar rosés espectaculares con variedades como Cabernet Franc, Malbec o Pinot Noir.

Así, el salteño Amalaya Rosé (2018, $200) comparte estilo con Altosur Malbec Rosé (2018, $275) y Trumpeter Reserve Rosé de Malbec (2018, $390), ambos del Valle de Uco, y Toso Barranacas Rosé (2018, $350), de Maipú.

Frescos y nerviosos.

En materia de estilos, la nueva tendencia en rosados está marcada por la elevada frescura, que convierte a los vinos en bebidas filosas y de paso algo nervioso en boca. Esa frescura –de ácido málico casi siempre, por lo que además secan gratamente las encías– es el truco para funcionar bien como aperitivos y vinos para tapeos y comidas sencillas. En general son ligeritos de color y viene con marcas más creativas, como el mencionado Belive in Rosé, o Lagarde Goes Pink (2018, $400), junto con Luigi Bosca Rosé is a Rosé, a Rosé (2018, $460); en el mismo estilo y con nombres clásicos, Séptima Rosado de Malbec (2018, $235) y Andeluna (2018, $315).

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Off dry: el modelo medio.

Pero para todos aquellos a los que la acidez asuste un poco, la buena noticia es que en el mundo de los rosados hay un creciente números de vinos off dry –no secos, sería la traducción– que sin ser dulces aportan una entrada ligeramente golosa que les baja la frescura. Como están en el medio estilístico, aquí el color no es un índice tan claro, pero pueden ir desde un Rosé Sil Vouz Plait (2018, $400), Merlot etéreo en color y con boca sucrosa, o Luna Rosé De Malbec (2018, $320), boca apenas sucrosa y un color elevado. En el medio, Saurus Pinot Noir Rosé (2018, $215), cobrizo.

Rosados intensos, casi tintos.

Hay también un modelo de rosé que viene de la década de 1990, en que el color cereza, casi tinto, era lo que pedían los importadores de argentina para diferenciar de otros modelos europeos. En síntesis, es un rosado casi tinto, de frescura moderada y cierto toque goloso en la mayoría de los casos, aunque también los hay secos. Así son San Felipe Rosé de Malbec (2017, $170), Portillo Rosé (2018, $160) y Melipal (2018, $235), este último seco.

Cuándo y con qué un rosé.

Los rosados son perfectos aperitivos, vinos terraceros, de pileta y aire libre. Ideales para comidas frescas, van bien con ensaladas, pastas ligeras filetos, truchas a la manteca y pizzas a la piedra, mejor aún si son margheritas o napolitanas. Lo mejor, sin embargo, es cuando acompaña guacamoles, langostinos a la plancha y, en plan hogareño, milanesas con papas fritas.