“Estoy aburrido de los vinos tintos” es una frase que gana terreno entre sommeliers, prensa especializada y vinotequeros de todo tipo. Y si bien es dicha entre especialistas, como una forma también de prestigiarse de cara al gran consumo, la frase encierra una verdad a medias: por un lado, que los vinos tintos de hoy aburren un poco al paladar que prueba mucho; por otro, que se hace obligada la emergencia de otros vinos para salir de ese tedio.

Y ahí están los blancos. Hoy, la opción más chispeante del mercado y también la más dinámica, donde aparecen estilos de vinos novedosos y varietales raros. Por eso, a aquella primera frase suele seguirle esta otra: “estoy descubriendo los blancos”. ¿La razón? Luego de dos décadas de monolítico dominio tinto los paladares más jóvenes (y no tanto) empiezan a entender que los vinos blancos tienen su gracia. Nada más hay que descubrirla.

El mundo parece darle la razón. Mientras que la mitad del consumo global es de vinos blancos, en nuestro país la predominancia tinta hace que no imaginemos un consumo diferente. La verdad, sin embargo, es que buena parte de las comidas van mejor con blancos: desde quesos a pescados, pasando por ensaladas y frutos de mar, hasta milanesas y pizzas, los blancos ofrecen mayor versatilidad a la hora de acompañar platos. Y eso les permite un consumo firme en el globo.

La clave hay que buscarla en dos elementos que los distinguen de los tintos. Por un lado, la ligereza y frescura que los caracteriza. Eso los transforma en una bebida más amigable, más preparada para sacar la sed que para pasar momentos de sesuda contemplación. Por otro, el tenor alcohólico es el mismo que los tintos –o apenas menor- con lo que a la hora de barrer de la boca trazos grasos moderados, como los que puede dejar el pollo grillado o un bife angosto, funcionan tan bien como sus pares de color. Pero ahí no termina el asunto.

La ocasión blanca
Mientras que nadie duda cuándo abrir un tinto, el blanco tiene una ocasión más difusa para el consumidor local. No sabe si usarlo como aperitivo, con las comidas –y con cuáles- y le parece que siempre que lo ofrezca, ofrece algo menor que un tinto.  Y la realidad es que va en todas esas situaciones y en más. Porque acompaña bien cualquier comida doméstica que no sea un asado, por ejemplo: de pizzas a empanadas, milanesas, pastel de papas y ensaladas, bifes a la plancha, papas fritas y un largo etcétera.

El truco está en que hay que animarse. Como todo en la vida, cuando se descubre algo que gusta es fácil sentirse como en casa. Y eso sucede cuando se prueban buenos blancos. Con el plus, incluso, de que son más accesibles que los tintos. Ya que pueden costar hasta un 30% menos que su compañeros tintos. Ejemplo perfecto de esto es Primus, cuyo Pinot noir cuesta $560 y el Chardonnay (una verdadera gloria) 385 pesos. Así es que si estás en plan de ampliación de horizontes, tenés que ponerle una ficha a alguno de estos blancos. No la pifiarás.

Chardonnay

Es la blanca más cosmopolita y también la más plantada. Suele ser la puerta de ingreso a los vinos blancos, porque da vinos con cuerpo. En nuestro país los mejores se producen en Tupungato. Dos buenos ejemplos modernos, son:

Serbal Chardonnay (2013, $90). Bodega Atamisque se destaca elaborado blancos. Y entre sus joyitas está este Chardonnay accesible que ofrece elocuencia, equilibrio y paladar sofisticado, todo en un apretado combo que mezcla aromas frutales con trazos herbales. Para poner en tu mesa junto a un guacamole con nachos y darle hasta acabar con el vino y el plato.

Álamos Selección de Viñedos Chardonnay (2013, $97). Emblema del varietal en Argentina, este vino de Bodega Catena trazó la cancha de los blancos en los últimos años. Elaborado con uvas de Tupungato, destaca por su alta frescura y textura carnosa, que convence a cualquier paladar. Si pensáis en una picada de quesos y fiambres para este verano, agendalo. Y agenda este dato, también: comprá más de una botella, porque frío –nunca helado- vuela.

Sauvignon Blanc. Es de las variedades con personalidad más característica que hay en el mundo. Da vinos delgados, de alta frescura, y con dos grandes grupos aromáticos: los que se cosechan más bien verde, van de la lima al pasto, pasando por un curioso y rico aroma de ruda (pis de gato); los que se cosechan tarde, huelen a pomelo y maracuyá principalmente. Los del Valle de Uco llevan la voz cantante en nuestro medio.

Las Perdices Sauvignon Blanc Fume (2013, $140). La denominación fume se aplica a los raros Sauvignon que tuvieron algún contacto con roble tostado. Este es un perfecto ejemplo, en donde la madera es un telón de fondo, casi un decorado que aporta un trazo de humo lejano y agradable. Elaborado por los especialistas en vinos blancos de Las Perdices –tienen varios en su haber- es un blanco delicado y armónico, ideal para acompañar una tortilla de papas babé o unos hongos salteados.

Salentein Sauvignon Blanc Reserve (2012, $118). Probablemente el mejor en su categoría, este vino de Bodega Salentein emociona por la sencillez y elegancia de sus trazos. Complejo en aromas, ofrece un paladar fresco y acuoso, en donde el sabor de hierbas y pomelo llena la bóveda de la boca. Es para beber solo o bien con unas tostadas con un huevo revuelto en manteca, al mejor estilo de brunchero, con una loncha de panceta crocante para darle contundencia.

Torrontés

Se trata de la única uva criolla y tiene estrella para el divismo. De aromas chillones, que recuerdan a cítricos y flores como jazmín y nardos, su boca es suelta y hasta algo anoréxica. Cualquiera sea el caso, el truco de los Torrontés modernos está en conseguir frescura y aromas al mismo tiempo. En Salta están los más sabrosos y buenos ejemplos son:

Laborum Torrontés Oak Fermented (2013, $137). Rareza destacada en el planeta Torrontés, este blanco fermenta –al menos una parte- en barricas de roble usada, por lo que obtiene un paladar ligeramente carnoso, y ofrece todos los matices de la variedad: aromas intensos y florales, con una boca amable y levemente gorda. Es perfecto para darse un gusto primaveral, con una pechuga de pollo vuelta y vuelta, acompañado de una ensalada verde.

Cafayate Torrontés (2013, $50). Este campeón de la relación calidad precio ofrece un blanco histriónico y con tendencia al divismo, completo en sus demostrativos aromas florales, que al mismo tiempo completa una boca refrescante y potente. Perfecto para acompañar un ceviche en un restaurante peruano, o cualquier plato chaufa o chino que pidas para comer en casa. Para esas gastronomías es un vino ideal.
Joaquín Hidalgo

Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca curiosidades, experimenta con formatos y habla sin rodeos de lo que le gusta y lo que no. Lleva más de veinte años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma que fundó en 2013) o bien en medios nacionales, como La Nación y La Mañana de Neuquén. Desde 2019 es el crítico para Sudamérica de Vinous.com (EE.UU.).