Resulta que 2022 fue un año muy prolífico para las películas de terror. Se estrenaron, entre otras, la tensa ¡Nop!, de Jordan Peele; la épica El hombre del norte, de Robert Eggers; la inteligente The Black Phone, de Scott Derrickson, y la brutal comedia The Munsters, del icónico Rob Zombie.
Estas propuestas —de realizadores consagrados, con calidad de producción y elencos de lujo— quedaron fuera de la fiesta mundial. El domingo 12, cuando sea la gala de los Oscar, ninguna va a estar entre las nominadas.
Y eso que entre las candidatas a Mejor Película este año reina la variedad: blockbusters, dramas, independientes, europeas y hasta una de Netflix. Pero terror, no.
En 95 años de existencia, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas pocas veces nominó películas de terror y, menos aún, le dio un premio a alguno en una categoría que no sea Maquillaje, Efectos especiales o Actuación secundaria.
La excepción a la regla podría ser El silencio de los inocentes (ganadora de la estatuilla por Mejor Película, Actor, Actriz, Director y Guión adaptado), con el punzante caníbal Hannibal Lecter como figura de espanto, pero no es estrictamente del género. Ni quiere serlo.
Aunque desde el inicio de su historia en la literatura el terror siempre estuvo cerca del canon, desde la llegada del cine se lo menosprecia.
El único Oscar que le dieron, por ejemplo, a El bebé de Rosemary, fue a Mejor Actriz secundaria (nada para el director Roman Polanski ni al guión por la adaptación de la novela de Ira Levin o a Mia Farrow, que come menudos de pollo crudo como antojo de embarazo). El resplandor fue la primera película de Stanley Kubrick que no estuvo nominada a nada.
Películas de terror: comer o no comer, esa es la cuestión
Pochocleras, de culto, artísticas, clase B, mega producciones, clásicas, novedosas. Siempre hay una nueva películas de terror para ver. En febrero se estrenaron en los cines argentinos Llaman a la puerta, de M. Night Shyamalan, y Terrifier 2, la secuela del payaso demoníaco dirigida por Damien Leone.
Para marzo llegan la sexta entrega del clásico Scream, 25 años después de la masacre que dio inicio a la saga, y El extraño, de la inquietante y prometedora Chloe Okuno. El terror es constante. Como el hambre.
Desde el vampiro que caza humanos para beberlos hasta el zombie famélico de cerebros, comer, no poder hacerlo o tener un gusto muy específico es la excusa perfecta para narrar el espanto, como bien lo demostró El menú.
La golosina caníbal
La primera película de Peter Jackson, de 1987, se llama Mal gusto. La filmó con ayuda de sus amigos durante su tiempo libre y además de dirigirla, interpretó a dos personajes.
La trama es simple: extraterrestres disfrazados de humanos asesinan y empacan personas porque las usan como fast food intergaláctico. Es un clásico gore de culto. Absurdo, asqueroso y genial.
La antropofagia, qué pesadilla espantosa. Cualquier variación dentro del canibalismo entre seres humanos espeluzna atávicamente. ¿Por qué? Porque es posible.
Es 2022, pero imaginado a mediados del siglo XX. La distopía se vuelve más angustiante con el diario del lunes, en el presente, al comprobar que hay menos fantasía que augurio.
Basada en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio!, de Harry Harrison, publicada en 1966, la película es un clásico de culto que se estrenó en 1973: Soylent Green, dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston.
El hacinamiento, la contaminación, el calentamiento global llevaron al mundo a un desastre ecológico. En una época marcada por las restricciones y castigos, hay una pequeña élite con poder político y acceso a lujos, como verduras y carne. El resto de las personas viven de alimentos básicos procesados.
Los fabrica la compañía Soylent, que un día anuncia una nueva variante hecha de plancton. Pero el detective Robert Thorn descubre que no hay materia prima para eso, los océanos están muriendo. Hay más gente de la que puede comer.
Entonces, el Soylent Green, ¿de qué está hecho? ¿Qué (a quiénes) están comiendo en realidad?
Bloody (Mary y muchos otros)
Trouble Every Day, de 2001, escrita y dirigida por la francesa Claire Denis, perturba hasta el tuétano. Es una historia de amor hambriento, estéticamente hermosa a la vez que bestial y explícita. Vampírica, terrenal y posible. El corazón del asunto es una enfermedad en la que el síntoma es un gusto caníbal por la sangre.
Shane (Vincent Gallo) va con su novia de luna de miel a París con el motivo secreto de encontrar una cura para sus impulsos. Allá está Coré (Beatrice Dalle), a quien su marido mantiene cautiva en una habitación, tapiada con tablones. Entre el deseo sexual y el hambre, atrae igual a sus víctimas.
Crudo, de la francesa Julia Ducornau, se estrenó en la Semana de la crítica del Festival de Cannes de 2016, ganó el premio Sutherland en el Festival de Cine de Londres y ahora es parte del catálogo de Netflix. Se trata de la voracidad, del despertar sexual, del apetito como símbolo de insatisfacción, de la ingesta como rebeldía.
Pero la trama es más concreta. Justine (Garance Marillier), una adolescente vegetariana, de pronto siente un hambre nueva cuando en una suerte de iniciación en la universidad la obligan a comer carne. Devora pollo crudo, no le alcanza. Hasta que prueba con la sangre de su hermana, con un mordisco a su amigo-novio.
Hasta los huesos, de Luca Guadagnino, que llegó a las salas locales a fines del año pasado, es una suerte de Romeo y Julieta caníbal-existencial. Mareen (Taylor Russell) y Lee (Timothée Chalamet) viajan por carreteras desoladas de Estados Unidos entre la culpa y el alivio, buscando saciar un hambre ancestral, prohibido. Son dos monstruos involuntarios, lánguidos, atormentados, desfallecientes.
La película, una adaptación de la novela homónima de la escritora de viajes estadounidense Camille DeAngelis publicada en 2015, se estrenó mundialmente en la Competencia Oficial del Festival de Venecia. Guadagnino ganó el premio a Mejor Dirección y Russell se llevó la estatuilla por Mejor Intérprete Joven.
Comida monstruosa
La gula es un pecado capital cristiano, la describen como “un vicio del deseo” y el castigo para quien lo cometa es comer ratas, sapos, lagartijas y serpientes vivas. Cuando la pobre Blancanieves le dio un mordisco a la fruta más saludable, resultó ser una manzana envenenada. La comida puede ser peligrosa.
Los verdaderos tomates no son rojos ni las zanahorias son necesariamente naranjas. La comida es casi toda ultraprocesada y eso está tan normalizado que la aclaración de venta suele ser cuando es “orgánica” o “natural”. Las historias de horror reflejan, colateralmente, los miedos del momento.
Flux Gourmet, del excéntrico director inglés Peter Strickland, tuvo su estreno mundial en el Festival de Berlín de 2022. Podría ser de terror porque incomoda, es una tragicomedia alrededor de elementos gastronómicos, disputas de ego entre artistas y malestares gastrointestinales.
Sucede en un instituto dedicado al estudio del hambre, que explora la alimentación. Con una banda sonora digestiva como sinfonía inmunda, avanzan las imágenes de ingredientes deliciosos que se usan para preparar platillos suculentos que en verdad son formas de castigos físicos.
Un científico usa un ejército de vegetales malvados para dominar al mundo. En tono de parodia al cine de horror de los 50 y con homenajes cinéfilos a Alfred Hitchkock, El ataque de los tomates asesinos es un clásico trash de 1978 con tres secuelas: El regreso de los tomates asesinos (1988), Los tomates asesinos atacan de nuevo (1991) y Killer Tomatoes Eat France! (1992).
¿Y si la pirámide alimenticia se diera vuelta? Dead Sushi, dirigida por Noburo Iguchi en 2012, va por el lado del gore: al poner un suero misterioso en el pescado, en combinación con el arroz, los maki, nigiri, y temaki se convierten en criaturas monstruosas.
Un accidente con sustancias químicas transforma a unas donas en asesinas sangrientas. ¿Cómo se llama la película? Fácil, El ataque de los donuts asesinos. Es de 2016, por supuesto de Estados Unidos, y es tan mala que resulta genial.
La sangre y una antigua maldición permiten que un asesino ejecutado regrese como un hombre en forma de galleta. Esa premisa dio lugar a la saga The Gingerdead Man, que tiene tres películas, una de 2005, otra de 2008 y la hasta ahora última, de 2011. Y están en Mubi.
Este es solo un paneo, pero la comida es un elemento profundamente ligado al género del horror. Desde el inicio del cine se fue cocinando toda una genealogía de películas de terror basadas en los alimentos y los platos. Es cuestión de agarrar unos pochoclos y ponerse a verlas.