El tango, como el Malbec, es sinónimo de Argentina. Esa poesía, danza y canción que nació en el Río de la Plata y que fue la expresión de las clases populares de Buenos Aires hoy atrae a fans de todo el mundo. En vísperas del Día nacional del Tango nos preguntamos: ¿Cómo es la relación entre estos dos íconos argentinos? ¿Cuánto de vino hay en el tango?
Si bien las referencias al consumo de alcohol abundan en las letras de muchos tangos de los llamados “clásicos” (y también de los otros), la bebida que mayormente representa ese recurso letrístico en el dos por cuatro no es el vino.
Sí aquel que tiene burbujas, por supuesto (ya llegaremos ahí); o brebajes más fuertes, como el whisky o el ron. Incluso el vodka tiene su chance de figurar cada vez que suena “Triste destino”, de Tello y Magaldi.
El uso del alcohol en el tango es unidireccional: pocas veces, o casi ninguna, el mero placer de disfrutar de una copa entra con naturalidad en los núcleos temáticos del género. Más bien son sus efectos los que encienden las plumas de los letristas: el alcohol sirve para olvidar las penas; o, en una hipérbole del padecimiento, para exacerbarlas.
En cualquier caso, los protagonistas del tango encuentran en el “encurdelarse” una instancia más del sufrir, un puente hacia el anhelo perdido o el simple recuerdo.
Sobran ejemplos, desde el discepoliano antihéroe de “Esta noche me emborracho” (“Esta noche me emborracho bien, me mamo, ¡bien mamao!, pa’ no pensar”) hasta el motivo por el que la voz de la Malena de Homero Manzi tomó ese tono oscuro, de callejón (“acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol”).
Pero no todo es bajón cerca del Día nacional del Tango, claro. La poesía tanguera es generosa. Como el vino.
Día nacional del Tango: siempre es buena la ocasión
Alguien que sin duda asume sus gustos con actitud es el protagonista del transparente “De puro curda” (Olmedo/Aznar, 1957), quien infla el pecho para justificar su adicción a la botella: “Yo tomo porque sí, de puro curda, pa’ mi siempre es buena la ocasión”. Rotundo.
En esta pareja ha habidos terceros, como por ejemplo el cine. Además de cineasta, Manuel Romero fue un prolífico letrista de tangos. Y en varios de ellos el vino está presente: “Tomo y obligo, mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo matar”, dice el protagonista de “Tomo y obligo” (1931), inmortalizado por Carlos Gardel –su coautor– en la primera película del cantor, Luces de Buenos Aires.
Engañado por una mujer, el hombre encuentra a quién soltarle sus penas, vaso de por medio. Una poesía en primera persona y sin intermediarios que llega a un punto aún mayor con “El vino triste” (1939), compuesto junto a Juan D’Arienzo, donde el narrador asume la derrota completamente y la adormece bebiendo algo más que el fruto de la vid:
“Dicen los amigos que mi vino es triste, que no tengo aguante ya para el licor, que soy un maleta que ya no resiste, de la caña brava ni el macho sabor”.
También la combinación tango/vino puede ofrecer obras cumbres. Hace pocos días se cumplieron 80 años del estreno de “Tinta roja”, creación de dos autores mayores del género: Cátulo Castillo y Sebastián Piana.
Allí, el protagonista recurre a la metáfora sanguínea para evocar el barrio perdido, dejando instantáneas que le trae el recuerdo: un paredón de ladrillos, una esquina y el callejón donde vierte un “borbotón de su sangre infeliz”.
Cómo no relacionar la imagen con la que devuelve su punto máximo de observación, ese fondín “donde lloraba el tano su rubio amor lejano, que mojaba con bon vin”. Bon vin que sin dudas corre también por las venas de quien habla.
La eterna rutina
Hay veces que una sola estrofa alcanza para inmortalizar un tango. A “Pucherito de gallina” (letra y música de Roberto Medina), sin embargo, su estribillo le dio para más: dejar para la posteridad el nombre de un vino de consumo muy popular hasta principios del 1900: “Cabaret, ‘Tropezón’, era la eterna rutina, pucherito de gallina, con viejo vino carlón”, canta genialmente Edmundo Rivero.
Alude así a un plato sustancioso y su acompañamiento, aquella mezcla de Garnacha y Garnacha Tintorera a la que se agregaba mosto cocido para darle carácter y tiempo de duración y que había impuesto la corona de España en sus colonias de esta parte del mundo.
Importado a granel desde Benicarló (de ahí el nombre que lo hizo popular: “carlón”), una zona vinícola valenciana que fue barrida por la plaga de filoxera de principios del siglo XX, ese brebaje pesado y altamente alcohólico, de gran concentración aromática y cuerpo, fue muy consumido en la Argentina hasta que comenzó a desarrollarse la industria nacional.
Rivero, con su insuperable grabación de 1958, le da voz a ese hombre que evoca los 20 abriles, cuando se aventuró al Centro para cumplir su berretín de cantor.
Brindis final
“Para ahogar hondas penas que tengo, que me matan y que no se van, yo levanto temblando en mis manos esta copa de rubio champán”. En Destellos, con letra de Juan Andrés Caruso y música de Francisco Canaro, se le asigna al champagne el mote perfecto y se alude al mismo líquido burbujeante que atiborra clientes en los cabarets, esos establecimientos donde en los ‘40 sonaba el mejor tango, ejecutado por las grandes orquestas.
Champagne y más champagne para el Día nacional del Tango. En las copas y también en las letras de tangos de todas las épocas: “La última copa” (1926) “Aquaforte” (1933), “Los mareados” (1951) y tantos otros que refieren a “la farra con champán”. Una referencia que primero funcionó como rasgo estigmatizante del género (entre principios de siglo y entrada la década del 30) y luego se convirtió uno de los eslabones más fuertes y cargados de historia de esta cadena que une tango y alcohol.