Todo el mundo recuerda a Quino por Mafalda. Méritos no le faltan a la más popular de sus tiras, con personajes tan entrañables como la propia Mafalda, secundada por Guille, Libertad, Felipe y Manolito. Sin embargo, sus páginas de humor –casi todas compiladas en los libros de Ediciones de la Flor– tienen algunos guiños brillantes sobre el mundo del vino y la comida.
Quino era un amante del tinto, según cuentan quienes lo trataron de cerca. Él y su esposa eran buenos bebedores de vino, aunque el maestro tenía un paladar singular: casi como una humorada para este país que con tanto esmero retrató en risas, solo bebía tintos con menos de 13% de alcohol. Así de preciso, así de tajante. Propio de un paladar formado y que conoce sus gustos.
Pero precisamente porque el maestro era un buen bebedor –como casi todos los grandes dibujantes y humoristas, de Caloi a Fontanarrosa, de Rep a Crist– en las páginas de Quino el vino transita en muchas de sus más delirantes formas para retratar tanto a los bebedores como a los glotones, los restaurantes y los mozos.
Dueño de un estilo clásico para ilustrar –como los otros grandes Serré, Sampé y Schultz–, con solo líneas y rellenos, nunca color, siempre tinta china y una capacidad de observación para subrayar lo importante con ojo clínico, Quino construyó páginas que le ponen pimienta a este asunto de comer y beber, tan deliciosas que se compilaron en dos libros esenciales para reír con la boca llena.
La buena mesa
Tengo la primera edición de este libro, publicada por Lumen en 1980, comprada en una casa de saldos en Buenos Aires justo cuando empezaba a escribir de vinos allá por el cambio de siglo. Tapa dura, la ironía propia de Quino es que, siendo un libro de humor sobre bebidas y comidas, tiene una esquina mordida por lo que imagino debió ser un perro hambriento.
Como en los libros de humor gráfico de aquellos años, hay chistes que suceden entre varias páginas a una velocidad que la vista goza en cada trazo. En eso, algunos de los dibujos se parecen mucho a los buenos vinos. Pero hay un puñado que son tan inmortales como el maestro. En la sección “Las Bebidas” es imperecedero el chiste en el que unos cirujanos –siempre presentes en el mundo Quino– dan anestesia con un botellón de Chianti Clásico en el que el dibujo de la botella es tan hipnótico que se revela sólo cuando la escena cobra forma.
Otra genialidad es la del sommelier que observa con ojo clínico la llave con la que abrirá una botella que, obsequioso, sostiene el maître, mientras una pareja mira desde la mesa: ella, extasiada con el show, él contando billetes bajo el mantel. O el chiste que cierra el libro, en la sección La Atribución de Puntos. Un típico petiso y regordete personaje de traje y corbata negra le indica al maître que la comida estuvo estupenda. Mientras se limpia la boca con expresión satisfecha, llegan el cocinero y el maître. El cocinero pregunta: “¿El señor?”, el maître responde “el señor”, y se marchan partidos de la risa.
La aventura de comer
El segundo libro fue editado por Ediciones de La Flor en 2008. De este tengo la segunda edición, pero firmada y dedicada, con un trazo ya algo endeble pero reconocible, con un 2014 que cierra la firma del maestro. Con guiños a los gordos de Botero, picantes reflexiones sobre las injusticias alimentarias y los típicos lost in translation de su humor, hay un par de chistes tan sabrosos como ácidos.
Como ese hombre que con trazos de arrogancia en el dibujo hace todos los pasos de un wine tasting, desde la vista a la boca a lo largo de toda la página, para darse cuenta al terminar su fantasía que el mozo, ya beodo, le sirve lo poco que le dejó en la botella. O ese otro restaurante lujoso, llamado Le Plus, en cuyo trasfondo se observa cómo el chef recibe una gran olla que lleva el cocinero de La Fonda Luchín, que está al lado. Los detalles del dibujo son degustables.
Sin embargo en uno de mis favoritos se ve cómo Dios, luego de probar la insípida sopa que le sirve un ángel, decide bajar al infierno para darse un festín en la parrilla del Demonio, donde ordena un lechón con zanahoria en la boca y hoja de lechuga en el lomo.
Seguro Quino ya ocupó su lugar en la mesa.