La segunda parte de esta historia convoca a una trilogía protagonista de innumerables previas antes del asado, de momentos placenteros en el bar de cualquier esquina escoltando una picada con ingredientes o bien como digestivo de pantagruélicos banquetes. De Ushuaia a La Quiaca, a esta altura del partido ya es un clásico la figura del vermucito. Es una palabra que parece englobar por igual a vermouths, amargos y aperitivos, bebidas con cierto parecido (para hacerla muy corta, básicamente los vermouths se elaboran a partir del vino; los amaros y bitters, del alcohol), que se consumen en ocasiones similares y cuyo carácter robusto, potente y sin concesiones acompañó la cauterización del paladar nacional. 

La tradición del aperitivo traída por los inmigrantes se popularizó y mantiene como estrellas indiscutidas al Fernet Branca, al Campari, al Martini, al Cinzano y al Gancia. La rica historia de estas bebidas da para explayarse ad infinitum, pero aquí nos vamos a concentrar en aquellas que -con mayor o menor grado de protagonismo- moldearon nuestro gusto argento por las emociones fuertes. 

AMARGO OBRERO

Nació en 1887 en Rosario como reacción contra las bebidas dulces que tomaban las clases burguesas. La etiqueta con un brazo con el puño en alto esgrimiendo una hoz y un puñado de espigas de trigo reflejaba el trabajo y las raíces obreras, con los colores rojo y negro simbolizando el anarquismo sindicalista (aunque algunos afirman que en realidad son los colores de Newell’s). “El trago vistoso del hombre vigoroso” o “El aperitivo del pueblo argentino” fueron algunos de sus slogans en los años 50, cuando la crisis vitivinícola en el país popularizó a esta bebida a base de hierbas y alcohol creada por los rosarinos Pedro Calatroni y Hércules Tacconi. Su fórmula incluía 45 hierbas oriundas de Córdoba y Entre Ríos como carqueja, manzanilla y muña muña, además de caramelo y extracto de oruzuz, logrando un sabor similar al fernet (pero más dulce) de 19.9° de alcohol. Su logo se veía en almanaques, llaveros, ceniceros de lata -clásico de bar porteño-, auspiciando radioteatros, autos de turismo carretera y goles en las transmisiones de fútbol o radioteatros. Hoy propiedad de Cepas Argentinas, sigue vigente y suele bebérselo con soda o como elemento de distintos tragos.

PINERAL

“Un Pineral pide el cantor, Fernet piden los demás”, dice una canción de Pez recordando épocas pasadas, y no le falta razón: este clásico de los bares porteños fue considerado en la Década Infame como “el Fernet de los pobres”, debido a su similaridad en el sabor y a su precio, mucho más toraba. Dícese que contiene cierto porcentaje de ajenjo, elemento clave de la mítica absenta: quizá por esto una leyenda cuenta que en un pabellón del hospital Borda, durante las décadas del 50-60, residía un grupo de pacientes totalmente enajenados a raíz del consumo excesivo de Pineral… tal como pasó con la absenta. De inspiración itálica y receta argenta, creado a finales del siglo XIX por Achille Pini, primo de Hermenegildo (quien la comercializó aquí mediante su empresa Pini Hnos. & Cía.) con cáscaras de cítricos, hierbas aromáticas y caramelo, se inspiró en el bitter francés Aperital Delor y lo cierto es que tiene cierto leve parecido al Jägermeister, con una graduación alcohólica de 29° (originalmente era de 36°). Se recomienda beberlo bien frío, con jugo de pomelo. 

FERRO QUINA BISLERI

 Tal era el nombre original de lo que hoy se conoce como Hierro Quina Peretti, el cual integra una lista de aperitivos que nacieron como medicinas. Creado en 1887 por el milanés Felice Bisleri como tónico para “deportistas y reconstituyente de la sangre”, a base de citrato de hierro y quina e introducido en Argentina en 1893 por José Peretti y César Pestagalli, contó con el apoyo de una fuerte campaña publicitaria y el aval de famosos médicos y figuras del deporte, ganando fama instantánea: “Aperitivo higiénico, es golosina y medicina”. Se recomendaba para todo momento: antes de las comidas, solo, con agua mineral, con cola o soda. Su clásico slogan rezaba: “¿Queréis salud? Tomad Hierro Quina Bisleri”, junto a la imagen de un león rugiendo, símbolo del aperitivo. Con 28,5° de alcohol y sabor emparentado con el fernet, su peculiar gusto ferroso va muy bien con bebidas cola. Hoy lo comercializa Licores Argentinos S.A. junto al ya citado Pineral.

Las bebidas que cauterizaron el paladar argentino – parte II 1
Anuncio de la época con La Coca

HESPERIDINA

 De tradición argenta y autor yanqui, este reconocido bitter fue el primer aperitivo original argentino y la primera marca registrada del país. Aparece en cuentos de Cortázar y pinturas de Molina Campos; lo bebían el “Polaco” Goyeneche y el Perito Moreno; se usó en la Guerra de la Triple Alianza para “revitalizar a los heridos”… Su historia cuenta que fue creado en 1864 por Melville Sewell Bagley, un joven inmigrante oriundo de Boston que se afincó en Bernal y usó su apellido paterno en un emporio de productos gastronómicos, siendo esta bebida el primero (¡y las galletitas el más famoso!). El nombre se inspiró en la mitología griega, más precisamente en el jardín de las Hespérides, allí donde fue Hércules a robar las famosas manzanas doradas que daban inmortalidad. La receta de Bagley no incluía manzanas, pero sí doradas naranjas, y de allí al nombre Hesperidina hubo un solo paso. Esta bebida fue inmortalizada en un tango y también en una canción titulada “La Hesperidina. Danza para piano y canto” de 1874, que bien puede considerarse el primer jingle argentino ya que publicita en su letra a un producto comercial. Su inconfundible botella de vidrio color caramelo y forma de barrilito contiene una bebida ideal tanto para beberse sola como para preparar tragos.

LUSERA / MARCELA/ YATAY

 “Yo que pasé de tarde en tarde por tu esquina/ Te miraba despacio con ternura y cariño/ Siempre hubo una cita que me robó a tu estaño/ Por eso nunca entré a apurar un Lusera”… Cuando Rubén Derlis escribió este poema dedicado “A un boliche que había en una esquina oeste de Almagro”, su inspiración quizá se basó en la simbiosis que formaron los cafés porteños y su dotación de amargos, aperitivos y vermuts. Pero aquí hay otro escenario: Lusera fue una bebida 100% entrerriana porque sus ingredientes -yerba lusera, marcela, arazá, angélica, quina, mini y centaura- provenían enteramente de la flora provincial. De color marrón y sabor amargo, fue el aperitivo preferido entre los gauchos y los sectores más populares de Buenos Aires. En su momento se la apodó “la bebida de los locos”, porque decíase que la lusera producía alucinaciones, en la mejor tradición del ajenjo… Su autor fue Nicolás Miloslavich, inmigrante yugoslavo que instaló una fábrica de licores en 1899 en Concepción del Uruguay, la cual llegó a producir 1.500.000 botellas anuales en los años 40. En 1947 el hijo de Nicolás creó Marcela, una versión más dulce del clásico pergeñado por su padre; esta marca creció tanto que compró a la propia Lusera en 1992. Al año siguiente Cepas Argentinas adquirió Sibsaya SA, que fabricaba los dos aperitivos entrerrianos, sacándolos del mercado. Hasta que en 1996 se unieron Juan Clerico y Carlos Guinsel, dos ex trabajadores de Marcela, y mediante una fórmula semejante a la original crearon el aperitivo Yatay, que se produce en la vieja fábrica de Lusera y mantiene viva su leyenda.

Periodista desde 1984, su afición/pasión por las artes lo llevó primero a escribir sobre rock en revistas como Cerdos & Peces o Madhouse y años más tarde sobre gastronomía en RSVP, La Nación Revista, Página/12, JOY, El Conocedor y otros medios. Desde 2019 está en Vinómanos, con las mismas ganas de experimentar, descubrir e informar, tan vivas como su espíritu punk.