Hubo un tiempo en que el vino habló en francés. Los vinos se llamaban como las regiones –en nuestro mercado hubo mucho Margaux y Borgoña– y también tenían nomenclatura francesa para algunos conceptos: a los cortes se los denominaba coupage si eran más bien baratos, o assemblages si se trataba de tintos de alcurnia.
Pero en algún momento entre la década de 1980 y la de 1990 la lengua del vino cambió. Fue un poco a caballo del triunfo de la técnica sobre la tradición, representada en la puja no solapada entre US Davis en California, la universidad que le dio sentido técnico a los vinos de Estados Unidos, y los productores del viejo mundo que no entendían –ni querían entender– de variables medibles y cuantificables.
Pero se sabe: en un mundo en el que la técnica y la tecnología moldean desde los deseos a las soluciones de los deseos, no podía faltar mucho para que esa batalla también se perdiera en el uso de las palabras. No es algo exclusivo del vino. Tampoco es algo nostálgico sobre Francia, que fue un poco el imperio en materia de conocimiento. Es más bien una observación de muchos factores que hoy terminan por cuajar en un puñado de conceptos que triunfan con el cromado de la novedad y el brillo cosmopolita.
Es justo en ese escenario donde se mueven dos de los conceptos que más vinos acuñaron estos últimos años: White Blend y Red Blend.
Cortes de estilo
Bajo esta nomenclatura se esconde un estilo novedoso de vinos de corte. Si assemblage o blend a secas se empleó durante décadas para los vinos intensos y prestigiosos, que emulaban de alguna manera los cortes bordeleses, la idea detrás de los White y los Red blends es más bien la de vinos joviales, de fruta evidente y frescura.
Al mismo tiempo, la nueva forma de llamarlos también habilitó un terreno creativo. Esa es la parte inmejorablemente buena del asunto: si de mezclar se trata, en el mundo de los White & Red blends las variedades no tienen corsets preconcebidos. En los vinos de hoy pueden convivir uvas tan imposibles como el bordelés Petit Verdot con el borgoñón Pinot Noir; el bordelés Malbec con la mediterránea Garnacha, y el plebeyo Torrontés con la alcurnia del Chardonnay. Un poco todo vale en nombre de concebir un estilo que sorprenda.
Y eso es también un efecto de lenguaje o un deslizamiento de sentido que refleja muy bien el uso del inglés. Hay algo de irreverente en ese sesgo creativo que permite juntar lo injuntable.
La aparición
Los vinos de corte existieron siempre. Sólo que, en tiempos remotos, los cortes no podían echar mano de uvas que no estuvieran dentro de una región, por la sencilla razón de que trasladarlas era inviable. Pero con la irrupción moderna del vino en nuevas latitudes, la combinación de uvas perdió el horizonte del origen.
Y en escenarios de explosión creativa, como los que se viven hoy en nuestro medio, los cortes reflejan la audacia de los enólogos con contrastes.
Fue allá por 2012 fue cuando por primera vez –según el archivo de este cronista– vimos la idea reflejada en una etiqueta para nuestro mercado: era Nicasia Red Blend 2010. Desde entonces y en poco tiempo, lo que se conocía como cortes, coupages y assemblages ganó profundidad bajo el concepto de Red Blend, que ofrecía un dulzor de paladar además de fruta roja y frescura jugosa. La góndola actual brinda algunos casos bien logrados, como Famiglia Bianchi Red Blend, Bocanada Red Blend, Aimé Red Blend, Terrazas de Los Andes Red Blend, Trapiche Imago Red Blend o el flamante Saurus Estate Red Blend.
Fue la aparición de los primeros White Blends lo que llevó la categoría más lejos. Blancos de corte, existieron siempre. Pero el juego que plantearon, por ejemplo, Susana Balbo y Chakana, estableció un criterio aromático y cierto exotismo. Nuevos ejemplos son La Posta White Blend, Nieto Senetiner White Blend y Alma Gemela White Blend.