Hay una diferencia sustancial entre ser un productor y ser un viticultor: este último es un oficio de prestigio. Guiar un viñedo para producir grandes uvas es un mérito mayor en el mundo del vino que trae por añadidura el conocimiento del terruño. ¿Pero qué pasa cuando ese viticultor no encuentra buen mercado para sus uvas o se da cuenta que tiene un tesoro entre manos?
En el negocio del vino, los viticultores están en permanente desventaja por una simple razón: la uva se pudre mucho más rápido que el vino. De modo que cuando llegan a la madurez hay que cortarlas y venderlas a las bodegas. Sucede que cada año, cuando llega la época de vendimia, el precio de la uva es un tema que calienta las economías regionales: viticultores y productores quieren garantizar su negocio mientras las bodegas esperan para fijar el precio y estimar el suyo. Y así las cosas.
Pero hay años en que esa tensión se agrava. Básicamente porque aumenta la producción de uvas y las bodegas pueden especular con comprar más barato; o porque las condiciones de mercado indican que venderán menos vino, por lo que la uva va a la baja; o porque existe un fenómeno de pules difícil de resolver, entre grandes y pequeños. O bien, porque todo eso ocurre junto y en un escenario inflacionario, tal y como sucedió entre 2013, 2014 y 2015, en que el negocio exportador dejó de ser el desemboque de los vinos y los productores de uva vieron planchados sus ingresos frente a una inflación del 30% anual en promedio.
En esas vendimias la pregunta del viticultor fue la misma frente a cualquier escenarios difícil, ¿qué hacer? ¿vender a mal precio y esperar un siglo para cobrar o bien entregarla a las bodegas para su elaboración y cobrarse en vinos? Quienes resolvieron la pregunta por esta última parte, se transformaron en viticultores que embotellaron sus uvas. Y así, hoy forman parte de una avanzada que busca distribución y desemboque en un mercado apretado.
Para el consumidor, sin embargo, esta situación angustiante del viticultor es una buena noticia: tiene acceso a algunos vinos distinguidos, porque las uvas lo son, incluso tal vez a menor precio del que se venden con marca de vinos renombrados. La mala noticia es que hay que conocerlos para no pifiarle. Como todo, tiene un costado bueno y uno malo. Pero el malo no es tan malo como el del los productores y viticultores.
Hoy como en 2001
Entonces la góndola especializada se puebla con marcas nuevas y desconocidas. Algunos ejemplos actuales son Veteris conventus, La Igriega o Ambrosía. Vinos de nombres raros que, puestos a indagar, son grandes conocidos de los equipos técnicas de las bodegas. Porque cada uno de ellos fue, primero, un viñedo del que se abastecieron para su mejores vinos que, segundo, debido a las malas expectativas del negocio o bien por el simple hecho de hacerlo crecer en otra dirección, embotellaron sus vinos como una forma de preservar o multiplicar el valor.
Los memoriosos del vino conocen bien este asunto. Fue similar en 2001. Entonces emergió el fenómeno de las bodegas boutique, cuando muchos productores llegaron con sus vinos ignotos al mercado. La diferencia es que existía la zanahoria de la exportación, como un punto de fuga: por aquellos años el negocio del vino rendía hasta el 25% de utilidad y era mejor que timbear la guita en la bolsa, al menos si no era más atractivo como inversión sí lo era desde el punto de vista del gusto personal por invertir en algo sofisticado. Y así nacieron muchos productores encontraron plataforma de negocio, mientras que otras ingresaron al negocio de la producción de uvas. Sólo que, como bien saben los que llevan años haciendo vinos, luego de la expansión viene el ajuste oferta, demanda y precio. Y el ajuste siempre arranca por el productor y el viticultor.
Este último, al menos, tiene el consuelo de salir adelante si sus uvas son reputadas. Vendiendo una parte a las bodegas y embotellando otra, siguiendo la lección universal de los huevos y la canasta, pueden capear el temporal: una parte se pagará en cómodas cuotas (de 8 a 12 según el comprador de la uva), otra se venderá a granel entre bodegas y recuperará parte del dinero y otra, minoritaria, irá a engrosar la góndola con nuevas marcas. Ahora, como en 2003, estamos en ese momento en que estos últimos vinos llegan al mercado.
Así es que, puestos a elegir, hay un cúmulo de nuevas marcas con las que afilarse el paladar. Unas ofrecen vinos probados en el mercado, otras son realmente desconocidas. En cualquier caso, eligiéndolas, el consumidor se puede sacar la lotería en materia de calidad y precio o bien no perder ni ganar nada. En todo caso, el vino siempre tiene su gracia para quien tiene ganas de probar una perlita desconocida. Y así la rueda gira un año más. Y al final están los vinos que se quedan y los que desaparecen.
¿Cuáles probar?
En esta coyuntura, hay algunos viticultores de probada experiencia cuyos vinos llegan al mercado ahora. Y en los que listamos a continuación puede estar la próxima perla a descubrir. Son:
Suarez Malbec (2014, $210). Finca Suárez es una de las prestigiosas de Paraje Altamira. De ella se abastecen buena parte de las grandes bodegas. Pero cuando la crisis de los últimos años llegó al vino ellos ya tenían un plan y desde 2012 elaboran sus propios vinos en bodega alquilada. Recién arrancan, pero como se mueven bien, la marca comienza a crecer con vinos de frescura y paladar delgado para la variedad. Este ejemplar de Malbec hoy se vende en vinotecas. También vale la pena su Reserva Malbec.
Adrián Río Malbec (2012, $213). Ícono de esta movida, Adrián Ríos es un viticultor de Paraje Altamira cuyas uvas son muy cotizadas. En 2009 empezó a embotellar partidas de uvas para saldar parte de la ecuación. Y a la fecha, creó una reputación con vinos de un perfil frutal y balsámico, con buena frescura y textura de tiza. Este Malbec es el mejor, pero no por mucho, de los pocos vinos que ofrece. Ya consagrado se compra en vinotecas. Sino lo conseguís, pegale un ojo a esta otra línea del mismo viticultor.
Huentala Hotel Malbec (2015, $230). Productor de uva de Gualtallary y propietario de un clásico hotel mendocino, Julio Camsen lanza este vino como el resultado mixto de una voluntad por construir una marca y por embotellar uvas que ganan prestigio. Tinto delgado, herbal y con boca tensa, ofrece un perfil típico de la región. La etiqueta es deliciosa, también, en su propuesta.
La Igriega Malbec (2013, $290). En el rubro textil los empresarios tienen habilidades mutantes. Un tiempo importan, otros producen, cada tanto pegan un negocio e invierten en otro. Es el caso de Marcelo Goldberg que devino viticultor en Paraje Altamira. Mientras el asunto fue viento en popa vendió la uva. Hasta que su olfato para las telas lo puso en alerta y embotelló sus propios vinos. Este Malbec destaca por su equilibrio y balance desde el primer sorbo y destaca más por su austeridad que por su divismo.
Finca Ambrosía Malbec (2013, $370). Es el caso emblemático. Productores de uva desde 2004, con 52 hectáreas productivas en Gualtallary –se trata de una sociedad de 11 amigos que vieron una oportunidad de inversión–, primero le vendieron las uvas a Trapiche, que los incluía en su línea Terroir Series y en Imperfecto, de Daniel Pi. Pero a contar de 2010, en que el negocio se empezó a complicar, pasaron de embotellar dos barricas para el consumo de los socios a elaborar más de 15 mil botellas y vienen creciendo. En 2015 lanzaron su línea al mercado. Es una figurita difícil y cotizada.
2km Malbec (2014, $430). En 2009 cinco amigos deciden invertir en el negocio del vino y compran una finca en Paraje Altamira. Los comanda Enrique Sacks, hoy rostro visible de la empresa. Pero a los pocos años se dan cuenta que lo que era negocio en 2009 dejó de serlo en 2014. Ahí es cuando nace 2km Malbec, cuyo nombre alude al largo de la finca, un vino que elaboran con el enólogo Juan Pablo Michelini a contar sus uvas. Es fragante, con estructura delgada y paso ligero, rico en frescura. Hoy están convencidos que hacer vino es un camino.
Y La Nave Va (2014, $460). Es el primer vino embotellado por Gabriel Dvoskin, periodista devenido en productor de uvas en El Cepillo, San Carlos, al sur del Valle de Uco. Un poco guiado por sus ganas de ser winemaker y otro poco por la necesidad de financiar el crecimiento, se lanzó a elaborar este primer vino con uvas propias. Son pocas botellas de un Malbec frutal, con trazos herbales profundos, y boca de fluir envolvente, con buena frescura. También tiene un Pinot en camino, llamado Pintom.
Veteris Conventus (2011, $810). Este caso no tiene nada que ver con la crisis del precio de la uva, sino con otra, más silenciosa, vinculada al precio creciente de la tierra vitícola. Ubicado a Carrodilla, Luján de Cuyo, hoy rodeado de barrios privados, este viñedo es una joyita de más de cien años cuyo productor se lanzó a embotellarlo para no ver sus hileras convertidas en countries. El vino tiene precio elevado, es cierto, pero resulta un caso ideal de estilo clásico mendocino: frutado, con boca delicada y suelta, taninos suaves y envolventes.
Una versión de esta nota fue publicada den Clase Ejecutiva del Cronsita Comercial, octubre 2015.