Hay conversaciones que definen un tema. Y esas conversaciones, en el caso del vino, no son muchas. Al menos a la fecha. Hay, sí, una serie de temas recurrentes. Temas que hay que manejar si uno aspira estar dentro del mundo del vino. Porque es lo que dicen los enólogos, los sommeliers, la prensa, y es lo que se escucha en las vinotecas, las catas y en las mesas en las que haya alguien con algún interés sobre el vino. En el puñado de temas que listamos a continuación, se resumen las principales conversaciones que hoy giran en torno al vino y definen, de paso, algunas de las principales tendencias en la materia.
El vino de una luca. Hasta hace tres años sólo un vino había perforado el techo de los mil pesos. En el último trimestre, sin embargo, llegaron a la góndola por lo menos cinco cuya propuesta es, entre otras cosas, costar más de mil pesos. De modo que el precio, que es siempre un dato clave en una botella, ahora ganó nueva relevancia estableciendo una suerte de techo de gama, que es a la vez un nuevo piso sobre el que trepar. Y así, más allá de esta realidad inflacionaria que reedita a diario a la Lita de Lázari que todos llevamos dentro, el precio y su lógica se transformó nuevamente en materia de discusión en el mundo del vino. ¿Cuánto pagar por una buena botella? ¿Es mejor un vino de mil que uno de 150 pesos? ¿De qué está hecho un vino de este nivel de precio?
Turismo Calicata. El descubrimiento del suelo parece una cosa reciente, cuando en rigor tienen cientos de años de estudio. El punto es que las virtudes minerales y la textura del suelo que pisa la vid ahora se convirtió en nuevos y curiosos argumentos de venta. Y salvo ingenieros agrónomos y enólogos, que saben sobre arcillas, limos y texturas calcáreas y su incidencia real en el gusto del vino, el resto, como quien dice, bartolea. Entonces se dan conversaciones absurdas acerca de la “mineralidad” del vino y, para certificar ese precario conocimiento, hay que invocar a la calicata –esos hoyos en los viñedos que permiten estudiar su composición y textura-. Así, despunta una suerte de turismo de calicatas en fotos de Facebook y Twitter, mientras que en el siempre rico lenguaje del vino emergen términos como arcillas modmorillonitas, pleistoceno y fósil. Por supuesto: es precisamente en este suelo fértil donde crecen altos los precios.
Cabernet Franc. Hay una fiebre por el Franc. Fiebre que en breve tocará un techo contundente: cada vez llegan más vinos al mercado de esta rara variedad, pero el número de hectáreas es muy limitado (692 para ser precisos). Entretanto, todo el mundo habla del Cabernet Franc, esa variedad tinta que viene a reinventar el estilo del vino argentino, con cuerpo medio, aromas frutales y vegetales y un estilo austero comparado al resto de los tintos locales. De forma que, para estar en el vino, hay que probar y hablar del Franc como la última maravilla a descubrir.
Bonarda for ever. Mientras la industria del vino local apunta a tener un delfín del Malbec y la Bonarda tiene todos los números puestos, los consumidores hablamos de ella, pero sin mucho convencimiento. Es verdad: cumple todos los requisitos –tiene volumen, sabor y diversidad- pero como todavía no despegó en el extranjero, los nativos no le tenemos mucha fe. Como con Messi, ya habrá algún Barça que lo imponga. Entretanto, acá se habla mucho de potencial y poco de realidades. Algo similar pasa con el Torrontés que, para su mal destino contemporáneo, encima es blanco.
Malbec de dónde. Ya no basta con decir Malbec para estar en tema. Ahora hay que decir “Malbec de dónde”. Y eso es interesante. Porque señala una suerte de madurez en el consumidor y en la industria, abonado sobre el origen de la uva. Así, los lugares que está bien mencionar como preferencias gustativas, son Altamira, Gaultallary, Vistaflores y Agrelo en Mendoza. Patagonia se lo usa como un todo sin distinción, mientras que del Noroeste argentino, la voz cantante la lleva Cafayate. Así es que ahora, para descorchar un tema, es mejor beber un vino con origen.
Roble sí, roble no. Lo que hasta ayer era criterio de calidad, ahora, en las charlas de vino, es un hecho vergonzante. Ya nadie menciona la crianza, y si lo hace, se apresura a aclarar que fue hecha en madera de segundo y tercer uso. O en toneles y barriles de 500 litros, “para que el sabor de la madera no se note”. Como en toda moda, el costado positivo es que hay más variedad de vinos. El negativo, que hay vinos y vinos y que algunos la madera la sienta bien. Pero si es por hablar, mejor no decir nada positivo de la madera para quedar bien. Que como todo el mundo sabe, el roble es longevo y volverá de estas cenizas.
Joaquín Hidalgo