Emilia Mintz estudió Bellas Artes, cocinó para celebridades, ganó premios por sus tortas y dio clases por todo el mundo durante tres décadas, a miles de alumnos. Hace varios años se instaló en Miami, donde su pastelería rompe todos los moldes.
Nacida en Argentina, cuenta que nunca se conformó con “cosas normales” y siempre está buscando innovar. Considera los resultados de su trabajo como arte efímero y confiesa su alegría por haber conquistado su sueño de escribir un libro con sus recetas favoritas: ya se puede conseguir en Amazon en versión digital.
En esta entrevista, nos cuenta acerca de sus experiencias más extravagantes con los dulces y adelanta que ya trabaja en su segunda publicación, sobre postres saludables.
Emilia Mintz: de las artes a la pastelería
Emilia Mintz se formó como profesora de dibujo, “nada que ver con las tortas”, dice. Pero algo que ver, había. Poco tiempo después, se fue a vivir a la Patagonia, y casi por accidente descubrió la decoración de pasteles.
Se había radicado en Trelew. “Llevé todo para pintar mis cuadros. Estaba bastante decepcionada porque no encontraba donde seguir aprendiendo pintura, hasta que un día me invitaron a un taller de decoración de tortas”, recuerda.
“Y me enamoré. Lo primero que hice fue un dormitorio en pastillaje, y lo pinté por completo, cada detalle. Nadie podía creer que era mi debut”, cuenta. Claro, ella también había estudiado cerámica.
Después, además de aprender a embellecer mesas dulces en el instituto de Marta Ballina, tomó clases de pastelería porque “un diseño puede estar lindo, pero además debe ser rico”.
A medida que empezaba a vender sus creaciones, absolutamente elaboradas, comenzó a dar clases a quien quisiera aprender sobre este tipo de arte que Mintz entiende como “escultórico”.
“Ahora está de moda eso, pero hace 25 años no lo hacía nadie”, explica Emilia, que ha viajado a una decena de países para participar de festivales pasteleros y dar clases.
Por ejemplo, fue 13 veces a Panamá a compartir sus conocimientos. “Es como mi segundo hogar”, dice. Y se enorgullece al recordar a sus estudiantes: abogados, contadores, dentistas, pilotos de avión. Tanto entusiasmo transmite que varios dejaron sus carreras para vivir de la pastelería.
“Tengo alumnos a los que les va mejor que a mí. Soy de las maestras a las que les gusta que el otro aprenda mucho y bien”, asegura.
En busca de la novedad
En una de sus búsquedas profesionales, Emilia conoció a una mujer que en Japón hacía flores con pasta de porotos y quedó fascinada. “Me pareció alucinante la técnica porque esas flores eran flexibles”, exclama.
Hicieron contacto y empezó a tomar clases con ella de forma virtual. La maestra nipona le compartió sus secretos para trabajar esa pasta hecha, además de con porotos cocidos al vapor, con harina de arroz, aceite, azúcar, agua y arroz glutinoso.
“Queda tan fina y tan elástica que los pétalos parecen aterciopelados. La masa se tiñe antes o después de cortarla. También se puede preparar en base a harina de arroz”, detalla.
A partir de ahí, Emilia se dedicó a difundir esta técnica innovadora, deslumbrada por las posibilidades que esta pasta de porotos le daba: “Es realmente espectacular porque los pétalos de estas flores no tienen diferencia con los naturales. Se mueven sin romperse”.
También decora tortas con esculturas hechas en papel de arroz común, ese tan frágil y delicado, al que tonaliza. “Y con un papel de arroz especial, muy utilizado en la cocina vietnamita, hago flores que se fríen antes de sumarlas como decoración a las tortas”. Manos mágicas.
¡Feliz cumple, mono!
Durante sus primeros años en Miami, donde vive actualmente, trabajó en una fábrica de tortas que le permitió explorar su lado más creativo. En Sweet Art by Lucila hacía postres descomunales para las celebridades de la zona, como Gloria Estefan, Cristina Saralegui y Jon Secada.
Por ejemplo, hizo una torta para el aniversario de los Estefan y también para el cumpleaños de su mascota, un mono. Sí, para que comiera el mono.
“Trabajé ocho años para esta fábrica y me permitió hacer cosas loquísimas”, recuerda. Por ejemplo, tenían un gran público cubano y era común que les encargaran pasteles gigantes con la forma de la isla, o de palmeras, cangrejos, langostinos.
Eran tortas enormes para grandes fiestas. De hecho, una vez hicieron una tan pero tan grande que no pasaba por el portón de la fábrica: hubo que desmontarlo para subir la torta al camión.
En su mejor momento, la fábrica de Sweet Art by Lucila (donde llegó a decorar tortas que costaban… ¡6.000 dólares!) contaba con 50 empleados, cinco tiendas, seis camiones de delivery. “Era un infierno, para el día de la madre salían 5.000 tortas”, detalla Emilia.
Años después, ese volumen se atomizó entre cientos de emprendedores de Miami que se han capacitado con Emilia y otros maestros. “Gané la Medalla de Oro de Escoffier en la Sociedad Culinaria de Nueva York y muchos otros premios, pero mi fuerte siempre fue enseñar”, se enorgullece.
Pedidos inesperados: raquetas, botellas y patrulleros
Hoy en día ya no trabaja para la fábrica, pero desde su casa sigue a cargo de elaboradas y realistas megatortas. Le han pedido una raqueta descomunal, con sus correspondientes pelotas de tenis.
En otra ocasión, le encargaron una frapera comestible, llena de hielo y con una botella de vino en su interior, todo hecho torta. “Hay gente que te permite crear”, celebra.
Otro pedido bastante particular que recibió fue el de una torta-patrullero, de parte de un matrimonio que ya es cliente habitual. “Él es americano y ella, chilena. Él se retiraba de la Policía, tenía un cargo muy alto. Y me dijo que quería un pastel con la forma del auto para la fiesta”, dice.
¿Tamaño autito de colección? No precisamente: el patrullero tenía el mismo volumen que la mesa donde iría apoyado.
Pastelería saludable
“Iba mucho a la Argentina a dar clases, hacía un tour por las provincias, como Neuquén, Mendoza, Chaco, Buenos Aires, Córdoba. Y venía gente de todas partes porque lo que yo hacía no lo hacía nadie en ese momento. Zapatos de caramelo, por ejemplo”, agrega.
Desde su primer libro, el objetivo de Emilia es mostrar que esos diseños tan complejos son, también, una explosión de sabor. Por eso el volumen no se centra en la parte decorativa o artística de las tortas, sino que es una selección de sus recetas preferidas, perfeccionadas durante 25 años.
La pastelera está preparando ahora su segundo libro, con una temática sobre la cual ya ha enseñado mucho: postres saludables.
“Hace 25 años que vengo investigando sobre reemplazo de productos, tanto para diabéticos como para dietas restringidas en calorías; si alguien no puede comer huevos, harina, gluten, azúcar o manteca, les explico a mis alumnos cómo usar otros ingredientes sin resignar sabor”, explica Emilia.
Décadas atrás, encontró por ejemplo la forma de hacer macarons veganos. Esos pequeños alfajores franceses se elaboran tradicionalmente con clara de huevo, pero logró excelentes resultados con el agua de la cocción de los porotos.
Cree justamente que a la pastelería vegana le llegó su momento de expansión, porque “este tipo de ingredientes se masificaron. Se consiguen a precios razonables y en cualquier supermercado”.
Después de tantos años de crear obras en la cocina, sigue buscando cómo sorprender. Porque hornear es un arte, y decorar es divino.