Alejandro Vigil y María Sance presentaron su primer libro, Casa Vigil, en un íntimo brindis en el Four Seasons, donde celebraron el proceso de grabar en tinta casi 20 años de historia como pareja y socios.
Con cerca de 300 páginas repletas de imágenes y secretos, el libro hace un recorrido a través del relato de Alejandro y María, desde el momento en que compraron un terreno en Chachingo, una zona de Mendoza que en aquel entonces se encontraba lejos de los paseos turísticos de la provincia y las bodegas.
O quizás desde antes. “Con mi primera inhalación nació la idea”, admite Alejandro Vigil sobre este proyecto, que es su vida misma. Así reza la primera línea del libro, cargado de testimonios, color y también algunas recetas que no pueden faltar en la mesa de esta pareja.
“Casa Vigil es trabajar en familia, gastronomía de excelencia y una oda al esfuerzo. Por eso y mucho más, este libro es un registro necesario de la esencia de Mendoza y de Argentina”, coinciden.
Cómo empezó Casa Vigil
En 2006, la licenciada en bromatología María Sance y el especialista en vinos Alejandro Vigil compraron sus primeras cuatro hectáreas en Chachingo. El primer paso de un gran recorrido.
“Chachingo es nuestro lugar en el mundo”, afirma María sobre esta zona al sudeste de la capital mendocina que hace 20 años no era más que tierra barata y hoy, en cambio, forma parte del gran circuito de bodegas de la provincia. Y en buena medida, es gracias a Casa Vigil.
El lugar los cautivó y allí decidieron proyectar su historia, con una gran casa con galería, que llevó varios años construir. Cada avance de María y Alejandro era producto del esfuerzo y las ganas de plasmar su visión de la gastronomía.
Durante los primeros siete años, un vecino debió prestarles la luz para poder vivir, cocinar y trabajar, cuentan al presentar el libro, con un tono de agradecimiento y fundamental cariño hacia ese gesto desinteresado.
Mientras la pareja sigue rememorando anécdotas de tropiezos y triunfos, los invitados ríen y escuchan atentos con una copa de El Enemigo Malbec 2022 en la mano. Y qué otro vino iba a ser, sino la insignia de Alejandro Vigil, enólogo estrella de Catena Zapata y presidente de Wines of Argentina (WOFA).
Por qué escribir un libro
Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro. Alejandro y María ya pueden dar fe de que cumplieron con todo. Pero no es nada fácil remontarse a lo que pasó hace 20 años, más aún si implica el comienzo de tu gran proyecto.
“Recordar esos inicios es hermoso”, afirma María en diálogo con Vinómanos. Celebra el lugar “donde uno está parado ahora, porque en ese momento había mucha incertidumbre. Ahora estamos afianzados y decimos ‘mira cómo empezamos’. La gente no se imagina que empezamos siendo cinco y de esa manera tan rudimentaria”.
Casa Vigil empezó como un proyecto de este matrimonio, pero nunca estuvieron solos. Pablo Sance, ingeniero industrial, y Constanza Hartung, licenciada en Comercialización, acompañaron desde el comienzo junto con Rosa, una ayudante todoterreno. Entre los cinco reinventaban sus talentos y se turnaban para cocinar, recibir turistas y administrar todo.
Por su parte, Alejandro nos cuenta que recordar este proceso y rearmar la historia hace algunas cosas “más bonitas”, como cuando pasás por una calle con pozos y con el tiempo se va alisando en nuestra memoria.
Confiado en su destino, nunca temió por lo que pudiera fallar: “Desde el momento en que invité a un vecino a que cocinara conejo (NdelaR: lo hacían a la parrilla con aliño de tomillo y romero de la huerta, acompañado de papas rústicas, huevos de granja fritos y ensalada de verduras orgánicas), todo lo que pasara después era de sobra”, define.
Casa Vigil es su lugar en el mundo. Donde viven, proyectan, trabajan, agasajan y sueñan.
La cocina
A veces el lujo no está en los ingredientes más caros o difíciles de conseguir, sino en cosechar verduras de tu propia huerta y disfrutar los sabores de la tierra.
María Sance es, además de licenciada en bromatología y doctorada en ciencias biológicas, hija de productores.
“Mi relación con la comida viene más por el producto, toda la vida he visto producción en la finca”, dice y destaca que en su recorrido académico ha profundizado sus conocimientos en alimentos, sus características benéficas para la salud y sus particularidades sensoriales, para compatibilizar los platos, los ingredientes y los sabores con el vino.
Alejandro Vigil, por otro lado, no puede entender la gastronomía separada del producto de la vid. “No imagino un plato de comida sin una copa de vino”, expresa contundente.
“Mí nacimiento en la gastronomía fue en el vino. Siempre me atravesó ese concepto de que la gente venga a mi casa a tomar y comer”, agrega y describe al mismo tiempo la esencia de Casa Vigil.
Desde 2001 es parte del equipo enológico de Catena Zapata, de donde a veces se escapaba al mediodía para cocinar para los turistas que llegaban de manera fortuita a su incipiente proyecto.
Ninguno es gastronómico. Sin embargo, Casa Vigil fue distinguido en 2023 con una estrella Michelín. Y celebran el hacer las cosas por fuera de las normas: “Cada vez que viene alguien nuevo a un rubro le presto atención porque no tiene los vicios de lo que ya viene siendo o lo que tiene que ser”, dice Alejandro.
El desafío de trabajar con la naturaleza
Apenas pusieron un pie en Chachingo, con sus 15 perros y caballos, Alejandro y María armaron la huerta. Antes de tener dónde dormir y sentarse a comer, se ocuparon de trabajar la tierra.
Recuerdan que a comienzos de los años 2000, plantaron 25 hectáreas de tomate de distintas variedades, pero se arruinó por el granizo. Esta desgracia que hubiera hecho bajar los brazos a muchos, les dejó una gran lección.
“La no regla de la naturaleza te lleva a mirar las cosas de otra manera. Por más que tengamos profundos conocimientos técnicos, las variables más importantes no las puedo manejar”, dice Alejandro y afirma: “Cada plato es una sucesión infinita de pequeños milagros”.
Labrar la tierra
María presentó recientemente su proyecto Labrar, que reúne a pequeños productores mendocinos y hace foco en reducir el impacto ambiental y valorar los recursos naturales.
“Siempre Casa Vigil va a tener producto local y quisimos ponerle un nombre a eso, al acompañamiento a los productores. Sabiendo que la materia prima más rica no es lo que más rinde o la más rentable, decidimos acompañar a los productores y ver qué necesitan”, destaca.
Alejandro recuerda también que Mendoza tiene “una gastronomía de 600 años y eso también es parte de lo que queremos mostrar”.
Casa Vigil es una historia de amor y pasión por la gastronomía: “Hemos salido a vender tomates, ajo, cebolla, zanahoria y repollitos de Bruselas que producíamos en nuestra huerta, a hacer nuestros vinos y trabajar en un concepto integral de la producción, pensando en la sostenibilidad social por encima de las otras cosas”, celebra Alejandro.