El mundo saca fotos de su cena para pavonear en Instagram, pero el mejor elogio a una comida debería ser el plato con restos de tuco, miga de pan en la mesa, un tenedor grasoso, el vaso bebido, la botella llegando al final. Cuando algo es delicioso no hay cómo dejarlo para después, armar el plano y hacer clic.
Esta reseña de la serie The Bear es esa imagen posterior. Pasado el enamoramiento a primera vista y el furor en redes, es posible hacer un análisis con la digestión hecha. Whisky en mano, sin nada de apego.
La serie avanza con voracidad, furia, deseo y no da tiempo a nada más que el disfrute. Como un buen plato. Para quien conozca el interior de las cocinas profesionalmente o por amor, comensales de todo tipo, incluso quienes no tienen su ojo puesto en eso y creen que no les interesa la cocina. Ese es su público. Ahí conversa la historia.
Es un relato sobre personas en situación de pérdida, que igual tienen que seguir viviendo. Se trata de excluidos que encuentran la gloria en los detalles. Hay fracasos épicos y triunfos pequeños. Muestra la cocina, el interior del interior de un backstage que, entre platos que fallan o no, es una oda mugrosa y hermosa a Chicago —o cualquier ciudad esforzada — y a su clase trabajadora. La serie The Bear es como un The Wire gastronómico.
Christopher Storer, creador de la serie, no romantiza la tarea de cocinar para otros en un restaurante. Tampoco la convierte en fuente de desdichas. Se para en ese medio inexplicable: el del calvario satisfactorio que transita cualquiera que haya trabajado en gastronomía. Esa situación que desde afuera no se entiende mientras se envidia un poco.
El resumen podría ser fácil. Carmy trabajaba en el “mejor restaurante del mundo”, en Nueva York, y vuelve a su Chicago natal para encargarse del local familiar de sandwiches —italian beef— después del suicidio de su hermano Mikey. El equipo, encabezado por Richie, no se muestra muy abierto a la transformación que el joven chef de alta cocina quiere aplicar. Hasta que todo cambia. O va cambiando.
Pero es injusto tratar de resumir las infinitas capas de la serie The Bear en un plot lineal. Es una serie sobre lo desgastante que puede llegar a ser el rubro gastronómico. También, si se permite la magia, sobre su cualidad redentora. Además, es un relato sobre el duelo, por lo que narra la tristeza y la furia. Sin perder nunca de vista el corte en juliana, el tiempo del fuego, la alquimia de la cocina.
En la serie The Bear todo está mezclado, pero ordenado. Como en un buen plato. Hay un oso hambriento, aterrador, que ataca a Carmy en un sueño. Así comienza la historia. Con el protagonista que despierta sobresaltado en la primera secuencia. Un poco más adelante, cocina dormido en su casa, es un sonámbulo gastronómico. Despierta de sus pesadillas y entra al sueño tenebroso de manejar el restaurante.
Así como hay series sobre crímenes, con protagonistas abogados o que suceden en hospitales, la serie The Bear transita —casi inauguralmente en series— el género de ficciones dentro de cocinas. Y lo excede. Es gastro-narrativa. No hace falta haber trabajado en un restaurante para entenderla, como no hace falta ser policía para ver The Wire.
Es un drama familiar entre ollas y sartenes. Pero tiene, por ejemplo, una subtrama hermosa, completa, sobre un personaje que intenta lograr la dona perfecta. Se trata de vínculos, el camino del héroe. Y lo hace usando vocabulario específico de la cocina. Muestra la puesta en plato. Atraviesa discusiones apasionadas, casi de amor, sobre las formas de organizar las cocinas. Hay charlas sobre recetas, detalladas a tal nivel que se pueden copiar.
A los bifes en la serie The Bear
La serie The Bear es corta. La primera temporada tiene solo ocho capítulos. Cada episodio dura menos de media hora (incluidos los títulos), salvo el final, que llega a 50 minutos. Lo que se tarda en comer un almuerzo al paso. Como un sándwich.
Todo es vertiginoso. Desde la estética que le brinda la cámara al hombro hasta el modo genialmente abrupto con el que cambia de foco en las temáticas. La serie te mete ahí. In media res. A todo ritmo. Como entrar a una cocina de restaurante. Paso atrás. No toques mi olla. Donde dejé mi cuchillo.
La pugna orden versus caos, como cuando en el segundo episodio el mundo parece otro. La mugre de Chicago queda atrás y todo es el plato blanco, la coreografía del respeto y temor en la cocina de Nueva York, la respuesta en coro del grupo de chef. La subordinación. Y en ambos extremos, siempre el reloj, como única presencia estable.
En esa pugna, la serie The Bear también se trata de la insubordinación. Todo acompaña. El guión. El ritmo. La música. La estética. El séptimo episodio rompe todo. Cambia a otra cosa y construye en 18 minutos de una sola toma un parlamento. Y nada más. Y ese actor, sentado en la silla, hablando, tiene tanta acción imposible como intimidad visible. Hasta que se desborda en el final, en un episodio largo, más que uno tradicional.
En toda la serie casi no hay escenas de salón. La acción sucede en la cocina. Algunas otras cosas, pocas, en la oficina o en las casas. Cuando hay clientes nunca les muestran las caras. La serie The Bear quita ese velo de corrección, esa idea de que cocinar es un acto de entrega. Cocinar se trata de que tu plato salga bien. De lograr la receta. Para satisfacción, y validación, personal.
La serie, además, es de aventuras. Esperar a un amigo para que salga de la cárcel, lidiar con pandillas callejeras, un inodoro que explota. Y no falta, en medio del estrés y la melancolía, el humor negro. “Pensé que te habías suicidado”, le dice un pariente lejano a Carmy, que responde con gesto de Buster Keaton: “No, ese fue mi hermano”.
En otro momento, Carmy asegura: “Sería raro trabajar en un restaurante y no volverte loco”. También comenta, cuando le preguntan cómo se siente, “Estoy bien, me despierto gritando”. Realidad cruda. Hay algo también de mafia italiana. Entre la comedia y Martin Scorsese. Ahí está Richie Jerimovich, que le dice “primo” a todos, que le recuerdan que él no es italiano.
“¿Hay alguna palabra que describa el temor a que pase algo bueno cuando creés que algo malo va a suceder?”, le pregunta Carmy a Richie. La respuesta es: “No lo sé. ¿Vida?”. La serie The Bear es la prueba, desde el inicio, de cómo la gastronomía no solo es un arte, también una filosofía.
En crudo
Quien mira series, ama también saber un poco más. Qué hay detrás. Tal vez lo más evidente de detectar es asociar, en el suicidio de Mikey, un homenaje o referencia a Anthony Bourdain. El actor, Jon Bernthal, tiene un aire al cocinero. Y además da familiaridad, porque tal vez muchos lo recuerden como Shane en The Walking Dead.
Jeremy Allen White es un descubrimiento como protagonista, pero tiene un papel secundario como Lip Gallagher en la versión estadounidense de Shameless. Y el espinoso Richie, Ebon Moss-Bachrach, fue David Linus Lieberman en la serie The Punisher, donde es el aliado del protagonista, interpretado por Bernthal (Mikey, su mejor amigo en la serie The Bear).
Otra cara conocida, pero más indetectable, es la de Molly Ringwald. La actriz que en los 80 fue ícono adolescente protagonizando las exitosas películas de John Hughes Sixteen Candles (1984), El club de los cinco (1985) y La chica de rosa (1986) tiene un papel en el tercer capítulo. Sí, es ella, ya adulta y sin créditos, la que cuenta su historia de adicción durante una reunión del grupo de ayuda Al-Anon.
Storer viene del mundo de la comedia. Entre otros créditos, dirigió los dos primeros especiales de Bo Burnham, What (2010) y Make Happy (2016). En la serie The Bear, además de ser el creador, también es guionista, productor ejecutivo y director de cinco de los ocho episodios. Los otros tres quedaron a cargo de su socia, Joanna Calo, que es una de las cabezas detrás del extraño y existencial BoJack Horseman.
Otro acierto de la serie The Bear es la banda de sonido, que es entre pasada de moda y vintage, y le da una vuelta más de sentido a todo. Pearl Jam, Genesis, R.E.M o Wilco son algunos de los puntos fuertes. Elecciones que responden más a lo que les podría gustar a los protagonistas que a la búsqueda de efecto. Entonces, se logra.
Sin spoilers, por ejemplo, es absolutamente lógico que cuando Richie se va en su auto después de un mal día de trabajo suene una versión acústica en vivo de
Have You Seen Me Lately?, de Counting Crows. O ese final casi feliz en el último episodio, con Let Down, la canción más imposiblemente triste de Radiohead.
Acción, drama, comedia, servicio. En la serie The Bear está un poco todo, aunque no juega a lo universal. La cocina no es el paraíso, pero tampoco el infierno. Como la vida. La serie se detiene en lo específico de la gastronomía y termina diciendo lo demás. Deja sabor en boca. La segunda temporada ya está en marcha, pero falta. Así que ahora, un whisky digestivo, y a buscar el nuevo bocadillo para ver.
DATA
Serie The Bear (Christopher Storer, 2022). Serie de 8 episodios que se estrenó el 23 de junio en Estados Unidos (FX / Hulu) y el 12 de octubre en Argentina (Star+), con el título El Oso.