En la vida de Fernando Samalea, las manos juegan un rol clave: con ellas hace sonar baterías desde que era adolescente y logra sacarle sonidos al bandoneón, otro de los instrumentos que domina. También maneja por las rutas argentinas su moto “La Idílica”, con la que puede aparecer por Tucumán o Córdoba para compartir charlas sobre música. Y además las usa para otra tarea placentera: preparar tragos. 

Este músico que tocó junto a Charly, Gustavo Cerati, Benjamín Biolay, Joaquín Sabina, Robi Rosa, los Illya Kuryaki y muchas otras estrellas de la música, nos sumerge en su mundo que marida rock, vinos, tango, cocktails y más, durante dos horas de charla en un bar (¿dónde si no?) en una esquina del barrio porteño de Villa Ortúzar. Porque también hay una veta poco conocida: Fernando Samalea bartender.

Fernando Samalea bartender

“Me interesa todo el tema de las mezclas, la alquimia, los cócteles… Fantasear con las pócimas antiguas. Y eso que soy bastante abstemio. Pero se me dio por aprender de esas mezclas y la mejor manera fue empezar a través de Tato Giovannoni, que me llevó a Florería Atlántico. Yo le propuse que me enseñara determinadas cosas, pero él me presentó a Mica y a Loli, dos chicas que trabajaban en la Florería y cuando me fueron enseñando me animé a atender al público”, relata Samalea sobre su inmersión en el ambiente de los bartenders. 

En su libro Nunca es demasiado. Una larga historia en el rock, que forma parte de una trilogía junto con Qué es un long play y Mientras otros duermen, destiló sus recuerdos sobre aquella etapa tras una barra, que ahora amplía para Vinómanos. 

Fernando Samalea bartender

“Siempre me gustó compartir tragos bien hechos”

¿Qué te atraía de atraía de ser bartender?

Me gustó la elegancia del lugar en ese codo aristocrático de la calle Arroyo. Estuve casi dos años. Iba una vez por semana. No lo hacía por necesidad así que tenía mucho respeto por mis compañeros, los bartenders, camareros, gente de la cocina, empleados de limpieza, que iban todos los días. Era meterme en algo que no conocía. Maxi Correa fue otro de los bartenders que me ayudó mucho, me llevó a un bazar sobre Triunvirato para comprar todo lo que se necesita, como jiggers y pinzas. Gasti Garat también me ayudó mucho.

¿Cuáles eran los tragos que mejor te salían?

Los más simples (risas). Había tragos de 12 pasos, muy complejos, que los aprendí a fuerza de repetición y con algún error que me obligaba a rehacerlo.

Pero el mayor aprendizaje fue en las reuniones en El Barco, como le digo a mi casa, a donde venían 15, 20 personas y hacía tragos para todos. Era durante mi paso por Florería. Siempre me gustó hacer eso, no tanto cocinar sino compartir tragos bien hechos, sofisticados, ricos, con buenos elementos para no tener una resaca tremenda. Les ponía nombres absurdos como “Neurocósmico”.

Fernando Samalea bartender

¿Cómo eran esos tragos?

“Neurocósmico” tenía unas mezclas cuestionables: Malbec con champagne y con Aperol. Pegaban duro, aunque la tónica lo bajaba y el hielo le daba el toque refrescante que hacía que uno no terminara en el piso. En El Barco iba todo por ahí, más Gin Tonic, Cinzano… Trataba de moverme dentro de cierta coherencia que tendría un bartender. 

“Charly tomaba tragos de tía”

En el libro recordás las escenas con Charly García en la Florería…

Charly solía tomar Tía María o Bailey’s, tragos que son “de tía”, dice. En Florería se pidió una caipirinha, que si bien tenía sus toques, no dejaba de ser una caipirinha. Eso, el Fernet, el Whiscola, son considerados tragos de menor nivel. Los verdaderos bartenders lo toman como algo muy simple y entonces no hay, pero como la esposa de Tato Giovannoni es brasileña, había caipirinha.

¿Gustavo Cerati qué solía beber en las giras?

Tomaba el tequila José Cuervo. Arriba de los escenarios no tomaba jamás alcohol, siempre agua. Capaz Coca Cola si el recital era muy largo. 

La tarea de bartender implica mucho trabajo con las manos, como el tocar la batería y el bandoneón. 

Total, total, es una buena observación. Cuando estaba con la mezcladora pensaba eso, es como agarrar un palillo de batería. Lógicamente una de las premisas es mantener cierta elegancia al preparar. En los lugares más refinados de coctelería, vos ponés la copa delante del cliente, vas poniendo el hielo, la bebida, y les hacés sentir la sensación de confianza en la higiene y en la preparación. No es como una coreografía, pero hay algo del gesto ahí. Algunos hacen juegos de botellas, pero como tampoco hago solos de batería tampoco hago malabares. Sí quiero hacer el movimiento necesario para preparar el trago y que sea creíble.

“No descarto volver a la barra”

En tanto músico, también te habrán llamado la atención los sonidos del lugar. ¿Cómo era la música? 

Los DJ eran muy graciosos. Ellos pasaban vinilos, en general música negra de los ’60, y luego hip hop y rap. Ahora mismo nuestra charla está amenizada por algo suave; si acá estuviese sonando ACDC estaríamos hablando con otro ritmo. Allá había un volumen no muy potente, permitía la charla. Estar ahí fue inolvidable y no descarto volver.

Fernando Samalea bartender

Por fuera de la música, ¿qué sonidos de Florería Atlántico te llamaban la atención?

El roce, la caída de los hielos es clave, y el golpe del metal con el cristal, esos son los recuerdos sonoros que más me vienen. Luego están los “fuera de cámara” menos glamorosos pero inevitables, como el “voy atrás” que te dicen los mozos cuando pasan por detrás de vos. Al no tener la necesidad económica de un sueldo podría disfrutarlo más que los chicos que estaban 6 días por semana hasta las 6 de la mañana. Lo recuerdo como una época preciosa y si dejé de hacerlo fue porque en 2016 con Biolay pasé mucho tiempo en Francia.

Lo más gracioso fue que la última vez que fui hace dos años ya no conocía a nadie. Tato estaba de viaje y fue vivir la película desde otro lado. Había otros chicos, con otras vestimentas. El lugar sigue siendo encantador. 

En el libro resaltás que tu paso como bartender fue una experiencia de aprendizaje al estar, literalmente, del otro lado del mostrador.

Por supuesto, es una posición de servicio: Me gustaba tener esa vocación con los clientes. Aprendí de mis padres Hilda y Sergio la generosidad, ellos fueron muy buenas personas. Otro aprendizaje en la Florería era la agilidad mental que practicabas; si bien en la música uno toca en tiempos irregulares y cosas muy complejas, en este caso era asombroso cómo a veces tomabas un pedido de 5 personas, que te van cambiando lo que quieren, o te dicen tal pero sin tal cosa, y tenías que memorizan los 5 vasos con sus mezclas. Es un ejercicio mental. Bueno, ya Miles Davis decía que la música es repetición. 

Aunque tiene mala prensa la repetición…

Pero el aprendizaje es así, tanto de un idioma como de un instrumento. Con el bandoneón, para memorizar las escalas tengo que saber dónde poner los dedos. Y el hecho de recordar cada preparación de tragos me agilizaba mucho, me encantaba. No había otra manera de hacerlo sino era memorizando.

“¿Abstemio? Craso error”

Reconocés que sos casi abstemio. Pero ¿qué te gusta tomar, cuando lo hacés?

Me acostumbré mucho en París a tomar Chardonnay. Una costumbre francesa, tengan 18 u 80 años es tomar el “vin blanc” a las siete de la tarde. Un poco por cierto esnobismo y cierto amor francófilo y tanto cine y música francesa, me acostumbré al vino blanco. También puedo tomar un poco de vino tinto en alguna cena. Me gusta algún trago pero lo más clásico, un Gin Tonic con Aperol, un Cinzano Rosso… Son las cosas que más simpáticas me caen. Y con tomillo, menta y otras aromáticas.

De los olores, ¿cuáles son los que más te atraían?

Los de menta, la cosa seca del Cinzano, me gustaba sentir todos esos elementos, había algo olfativo que estimulaba.

¿Qué secretos tenías como bartender?

Cada uno tiene su estilo. Yo a veces veía de reojo preparar un trago y me daba cuenta de que nunca me saldría con esas posiciones de manos… También uno toca según cómo mueve las manos. Hay algo mecánico. Puede haber un convencionalismo, “tomá la botella de esta manera”, “poné los dedos así”, pero uno lo termina haciendo como le resulta fácil. 

Yo evitaba la brusquedad, que no quede algo arrebatado, que sean movimientos armónicos, estéticos, no solo por cuestiones visuales sino para generar la tranquilidad misma del preparado. Sería simbólicamente como darle un trato más de caricia que de sacarte de encima el trago. Nunca sabremos si esas cosas funcionan o no, si ese trago será distinto, pero energéticamente me gustaba transmitir un estado de armonía, que cada trago tuviera la dedicación apropiada. En la música trato de hacer lo mismo.

Fernando Samalea bartender

¿Te tocó el rol de confesor que a veces parece darse en los bartenders, ante un cliente?

No iba mucha gente sola, pero en la Florería estaba establecido que al cuarto trago no se servía más. Y recuerdo que tuve que explicarle a una persona de la forma más humana posible que no podía pasar al quinto. Me gustaba el anonimato total en el bar. Para los clientes yo era un trabajador más de la Florería Atlántico.

Hablando de líquidos, Luis Spinetta te decía “Glaciar” porque siempre estabas en los recitales con una botella grande con agua. 

Sí, Spinetta me decía eso. Con el alcohol tuve un aprendizaje muy directo. Yo nunca fui a boliches en mi adolescencia, tenía amigos más bien lectores, de ir a cinematecas. En algunas charlas nocturnas en bares tomábamos vino. En 1981, ponele, un día tomé mucho, al día siguiente tuve una resaca espantosa y juré no tomar más.

A los 20, cuando empecé con Charly, salía pero no tomaba alcohol. A los 32 años un médico chino me preguntó si tomaba alcohol, le dije que no y me respondió: “Craso error”, literal. Me habló de las virtudes del vino. “Una o dos copitas cada tanto, en la cena, te conviene”, me dijo. Y en España, donde viví un tiempo, sentí de vuelta ese gusto y volví a tomar. 

En tus libros hablás de muchos bares y los reivindicás. ¿Qué encontrás en ellos?

Me gusta el espíritu de los bares porque es una casa pero no, es algo colectivo que permite cierto estado de intimidad. Podés desplegar computadoras o libros, o escuchar música. Puedo pasar mucho tiempo en bares. Mi favorito es el Café París, de Vicente López. Me gusta ver la estela de las personas. Si vengo a este bar en dos semanas, en un sentido te voy a ver ahí. Las personas van dejando algo en los lugares. 

Es redactor freelance en Ñ y editor de la revista Tercer Sector. Además, coordina la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Moreno, donde da clases en la asignatura Taller de Práctica Preprofesional. En la UBA dicta la materia Diseño de la Información Periodística, en la carrera de Ciencias de la Comunicación, de la que es graduado. Escribió notas para Página/12, Todo es Historia, Caras y Caretas, Brando y Miradas al Sur, y trabajó como productor de radio y tv. En 2015 publicó el libro "Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby". También se desempeñó en el área de comunicación institucional del mundo editorial. Prefiere el Malbec.