
A juzgar por la cantidad de marcas de dulce de leche, algún Roald Dahl criollo podría haber escrito “Carlitos y la fábrica de dulce de leche”. Un libro alucinante en el que el más dulce de los productos lácteos formaría ríos y cascadas sobre un paisaje pampeano. O quizás ese libro esté a punto de escribirse.
Algo de esa ficción se respira en las tiendas especializadas en dulce de leche que hoy proliferan en distintos barrios de Buenos Aires y del interior de Argentina. Aquí no habrá ríos ni cascadas golosas, pero sí muchas propuestas diversas que suben el escalafón para los paladares porteños acostumbrados a dulces de leche de supermercado.
La tendencia
La movida de las tiendas especializadas en dulce de leche lleva ya algunos años desde que abrieron sus spuertas las primeras de ellas en los barrios porteños más turísticos. Originalmente, cabe decir, tenían la intención concreta de atraer a los extranjeros que visitaban la ciudad fascinados con todos los clichés argentos: la carne, el mate, el tango y el fútbol. ¿Por qué no apostar a uno de los símbolos gastronómicos de la Argentina para ser protagonista de un negocio sabroso y rentable?
Lo que no imaginaban cuando fundaron sus negocios es que muchos se convertirían en plataforma para hacer visible la riqueza y variedad de marcas de dulce de leche de distintas provincias del país. Como dice el pastelero Luciano García en su libro Dulce de Leche (editorial Planeta), “a través de este producto es posible recorrer el mapa de la gastronomía argentina y probablemente sea el más transitado cuando se piensa en un sabor dulce que nos identifique”.
Tanto, que además de extranjeros, también hay porteños asombrados por acceder a una oferta nutrida: en las góndolas de estos locales se llenaron de dulces de leche artesanales, hechos a base de leche de vaca, cabra y oveja. Y, además, también existen propuestas veganas (no se nos ocurre nada más contradictorio), orgánicas, aptas para celíacos, sin azúcar, con stevia y también saborizadas.
Basta entrar y dejarse llevar por la degustación: hay rarezas, delicias, locuras y extravagancias. Hay macas de dulces de leche con menta, coco, ron, naranja, banana, chocolate, café, almendras y la lista sigue.

De Ushuaia a la Quiaca
Por supuesto, cada tienda tiene su propuesta: no faltan las degustaciones, las marcas propias, los licores, los alfajores de todo tipo, conitos, golosinas tipo vauquita, caramelos y más. Así las cosas, en el universo dulce de leche, veamos las propuestas más logradas.
Dulce de Leche & Co. Abrió en Palermo en 2016 y en este momento tiene 6 sucursales (5 en Buenos Aires y una en Bariloche) y también están presentes en la sala VIP del aeropuerto de Ezeiza. Los creadores y curadores de cada dulce de leche que ingresa en su propuesta son Matías Bruno (sommelier y administrador de empresas) y Luis González (director de negocios), ambos oriundos de Tandil, donde crecieron entre tambos y productos artesanales. Tras varios años de trabajar en bancos, decidieron abrir su propia empresa. Hoy, ofrecen más de 50 marcas de todo el país y ponen cuidado en cada selección. Aquí hay marcas de dulce de leche como Campo Quijano, el dulce salteño que ganador por seis años consecutivos del concurso del mejor dulce de leche de la feria Caminos y Sabores, por ejemplo. Hay ejemplares de Cabaña San Marcos (de cabra); Cantón de las Sierras (de Villa General Belgrano, Córdoba); el tradicional Chimbote de Mar del Plata; el Entre Dos, un clásico de Mendoza que también ganó varios premios; el Doña Magdalena, de Provincia de Buenos Aires; El Bolsón de Río Negro y Península de Bariloche, solo por mencionar algunos. Aquí hay dulce de leche de Ushuaia a la Quiaca y van por más, porque ya desarrollan su propia marca en Bariloche.
La vaca lechera de San Telmo. En pleno corazón del barrio, en Defensa 869, está este local que trabaja con marcas regionales y de elaboración artesanal. Andrea Maida y su hijo Maxi están al mando y tienen claro que su trabajo también es un aporte a las economías regionales de distintas provincias del país: les ofrecen una vidriera que difícilmente podrían obtener de otra manera. Hoy tienen unas 20 marcas de dulces de leche de la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, Córdoba, Mendoza y Salta. Entre otras, destacan el Mayol de Cañuelas, el de Rincón Caprino de Córdoba, La Casiana saborizado de Olavarría. Tienen también las marcas tradicionales como Chimbote y San Bernardo, Chocolezza de Mendoza o joyitas como Mi Nona, una marca de dulce de leche líquido que se exporta en su totalidad a Europa y que ellos consiguen para vender en Buenos Aires. Cuando es época, porque el dulce de leche también es estacional, consiguen el Valle de Goñi, de las cabras de Cañuelas y opciones veganas como Felices las Vacas, a base de leche de almendras, entre otras.
La Casa del Dulce de Leche. Ángelo y Valentino Fernández tenían un local de antigüedades en San Telmo, pero comenzaron a vender dulce de leche que elaboraba un familiar en la feria de los domingos. Pronto entendieron que les iría muy bien. Hoy ya tienen cuatro locales y desarrollaron su propia línea (la elaboran en Marcos Paz) que además del tradicional viene con menta, banana, chocolate, café, ron, coco y nuez. Además, venden las marcas de dulce de leche tradicionales como Chimbote y Cachafaz, Magdalena, San Bernardo, Beepure y Patagonian Life. Además de las degustaciones de dulce de leche, también enseñan a hacer un buen mate.
Vacalin. En otro plan, vendiendo solo sus productos, pero también en formato tienda, está el local de la firma Vacalin, en Charcas 4702, en Palermo, donde se puede comprar el dulce de leche en todas sus presentaciones.
Hubo otra tienda, llamada Dulce de Leche Argento, en Caminito, pero cerró.
De yapa, contamos que la industria también sigue poniendo fichas al dulce de leche: acaban de salir dos versiones nuevas de La Serenísima: una con chocolate Águila y otro al que llaman Relleno para Chocotorta.
Ahora sí, San Telmo, La Boca, Palermo y el Microcentro parecen ser el nuevo mapa del dulce de leche argentino y por suerte los porteños podemos probar distintas opciones de todo el país. No tendremos ríos y cascadas de dulce de leche, pero somos remadores profesionales del sabor.