En el mundo son famosas las variedades de uva francesas como Cabernet Sauvignon o Merlot. Pero cualquier bebedor de vinos que frecuente los rincones del mercado habrá notado que en los últimos años comenzaron a aparecer variedades de nombres extraños. Si para una mayoría, por ejemplo, Cabernet Franc aún suena extraño, variedades de uva como Mourvedre o Cordisco tiene que sonar directamente de otro planeta.
Se estima que en el mundo hay más de tres mil variedades de uva de las cuáles muchas tienen aptitud para hacer vino. Y mientras que en el mercado argentino mandan un puñado, con el Malbec a la cabeza, en los márgenes del negocio aparecen algunas variedades interesantes para seguirle los pasos.
El asunto es que están en la góndola. Y muy de a poco, van perfilando una tendencia que tiene dos vertientes claras: por un lado, la recuperación de variedades de uva plantadas y olvidadas; por otro, la adaptación de variedades de uva que son exitosas en determinadas zonas del mundo cuyo potencial es auspicioso en nuestro medio. Entre estas últimas se cuentan los más interesantes experimentos locales.
Un puñado de blancas
El mercado de vinos blancos gana sofisticación en la mediana y alta gama. Muchos de los vinos que destacan son cortes de variedades tradicionales como una forma de hallar nuevos sabores; el ejemplo perfecto son los White blend. Otras, simplemente exploran nuevos varietales. Es el caso del vino que Bodega Norton presentó esta semana: Norton Grüner Vertliner (2018, $450). La variedad es la más representativa de Austria y da blancos con cuerpo y acidez acentuada. Por ahora son los únicos que la producen aquí, pero no tardarán en copiarlos.
Otra de las innovaciones blancas viene de la mano de Galicia: el Albariño es una variedad aromática que, en las Rías Baixas da vinos de elevada acidez y que, cultivada en Mendoza, se vuelca a una perfil más tropical y de frescura lograda. Así es, por ejemplo, Las Perdices (2018, $534) que ya es casi un clásico en la materia.
Otra de las innovaciones en materia de variedades de uva proviene desde Italia, Sicilia para ser precisos, con una uva llamada Fiano. Blanco con cuerpo y tensión, llegó a haber algunos vinos comerciales con esta variedad, tanto en la línea Críos de Susana Balbo como Santa Julia Innovación. La última cosecha que probamos de este último fue la 2017. El precio es de $250.
Algunas tintas calientes
La innovación en materia de uvas tintas persigue un objetivo claro: encontrar variedades que se adapten bien a terruños calientes y que permitan hacer vinos tintos con gracia y frescura. Por eso, en las generales de la ley, los productores apuntan su búsqueda al sur Francia y España para ubicar uvas que desarrollen ese carácter.
En área mediterránea, arrancando en las apelaciones francesas del Rhone, desde Aix en Provence, Chateau Neuf Du Pape, hasta Languedoc-Roussillon y siguiendo a Yecla, Alicante y Jumilla en España ofrecen un puñado de uvas que son las que están dando margen creativo en nuestro país. La razón es sencilla: en la costa del las uvas están sometidas a grandes calores y dan vinos con buena gracia.
Así, en nuestro mercado se consigue Mouverdre, una tinta con mucho cuerpo y frescura elevada que, incluso muy madura por el calor y el sol, sostiene la tensión de los vinos. El problema es si queda verde. De modo que la exploración está atada al desarrollo de zonas moderadas. En nuestro medio se puede probar el rosé Alma Gemela Mourvedre (2018, $500) y bajo el nombre español de la variedad, el tinto Ver Sacrum Monastrell (2017, $600).
Garnacha es la otra jugadora que viene creciendo. Esta uva mediterránea da tintos de poco o mucho color según el estilo, pero siempre vinos de buena frescura y taninos moderados. Razón más que suficiente para que aquí la estén plantando y desarrollando productores en plan de renovación estilística. Buenos ejemplos para descubrir son Los Cardones Tigerstone Garnacha (2015, $650) y Desquiciado Garnacha (2017, $300) y Pala Corazón Maceración Carbónica Garnacha (2017, $300).
También hay una vertiente italiana en variedades como Cordisco, conocida como Montepulciano en la península donde su nombre está protegido. Aquí lo produce Durigutti Proyecto Las Compuertas (2018, $450) en un estilo delgado y a la vez intenso en sabor.
Hay otras tantas variedades. Estos son sólo un puñado de ricos vinos para explorar.
Las que vuelven a la luz
Entre las que más suenan para el rescate emotivo en vinos, dos uvas blancas marcan la cancha. Por un lado, Pedro Giménez, otrora una variedad de volumen desechada por falta de mérito, hoy vuelve al ruedo en el este de Mendoza con vinos poco aromáticos pero de rica boca, como pude ser Alma Gemela Pedro Giménez (2018, $500). Su antítesis, Moscatel Rosado, que es aromática y de poca boca, encuentra el ejemplar es El Señor X Rosado de Moscatel (2018, $350).