Mil veces escuchamos decir que en la mesa no se hace, no se toca o no se dice tal cosa o de tal forma. Y la razón es tan sencilla como que en la mesa, con cada uno de nosotros, también se sienta el código de costumbres trazado para estar dentro o fuera del club de los que merecen estar ahí (y los que no). Algo que se ve simplemente con sólo tomar los cubiertos de mesa. Porque maniobrar los cubiertos es un tema por demás peliagudo, aunque suene obvio y cotidiano. El principio es: cuando los cubiertos de mesa se levantan para usarlos, no deben volver a tocar la mesa (así de simple); quedarán, en cambio, siempre sobre el plato y sobre él partirán a la cocina.

Pero la realidad es bastante diferente a este comportamiento ideal y educado ya que es frecuentemente ignorado por los remeros de la mesa. Buena parte de la muchachada adora dejar sus cubiertos colgando del plato y apoyados en la mesa. ¡Incorrecto!

Curioso detalle sobre el tenedor. Pionera en su uso fue una pobre princesa Teodora de Bizancio, cuando allá por el año 1000 estando en la corte del Dux de Venecia se le dio por comer con un tenedor de tres puntas. Sucedió que sufrió una muerte súbita y un monje de los que nunca faltaban en la época, la atribuyó a que usaba para comer “el tridente del demonio”. Por las dudas, nadie se atrevió a desafiar la suerte y todo el mundo europeo le siguió dando a los deditos como el que más.

Unos 300 años después alguien dijo: “ché, ¿y si ponemos tenedores de 4 dientes?” y la cosa se volvió a poner en marcha, pero muy lentamente. Ahí está la razón de porqué los tenedores que usamos diariamente tienen 4 dientes: para que no nos confundan con servidores del Maligno.

Otra milonga entre los cubiertos de mesa es el cuchillo de punta redonda. A Luis XIV se le ocurrió decirles a los cortesanos que a los banquetes reales se entraba sin espada ni puñales. Parece que los muchachos de caras empolvadas se encurdelaban y se divertían como locos apuñalándose unos a otros. Pero resulta que la prohibición no sirvió, porque ¿para qué estaban los cuchillos en la mesa si no era para apuñalarse unos a otros?

Entonces don Luis, algo harto de estos dicharacheos sangrientos ordenó que les redondearan las puntas a todos los cuchillos de la vajilla real. Y ahí se acabo la cháchara. Entonces, los otros reyes que andaban por la vuelta de Europa se dijeron a sí mismo: “este Luis es un genio, ¡qué buena idea tuvo!” y pasaron por la piedra esmeril todos los cuchillos que se usaban en las cuchipandas reales. He allí otra explicación sobre las características de nuestros cubiertos. Lo que no contaban los limadores reales es que un día, a una empresa brasilera, se le ocurriría fabricar esos atroces cubiertos de serruchito y mango de madera o plástico, que tienen una punta temible. Pero ese es otro tema.
Cubiertos-en-la-mesa
¿Y los remeros? Volvamos al asunto: a los remeros se les aconseja que los cubiertos de mesa, mientras están comiendo, los ponga en posición de las ocho y veinte, imaginando un reloj donde los mangos se apoyan en el ocho y el cuatro. Cuando da por terminado su plato de comida, los coloca en paralelo, es decir, posición de “a las doce”. Esto le indicará al mozo claramente que, aunque quede algo en el plato, usted ha dado por terminado su abordaje de (pongamos) las albóndigas con arroz.

Partimos de la base que un lector de Vinómanos maneja a la perfección los códigos de no poner los codos en la mesa, y menos aún de comer con la boca abierta. Hablar con la boca llena no solo es medio o muy grosero –depende de la mesa en que se encuentre- sino que conlleva el riesgo de que sin querer un comensal sea bendecido por un trocito de langostino. Siento “cosa” al aclarar esto, pero por las dudas lo agrego: por favor, no mondarse en la mesa, aún poniendo la mano sobre la boca ocultado su lugar de tareas; y menos recurrir al atroz “mondar a presión”. Nada de esto está permitido.

Más protocolo, claro.
¿A alguien a quien le interesa saber alguna cosita más sobre este asunto? Por ejemplo: en una mesa pituca en la que hay cuatro cubiertos a cada lado del plato ¿en qué orden los uso? Fácil: de afuera para adentro y seguro que acierta. Lo raro es si aparece una suerte de tenedorcito endemoniado, delgado, curvo y con sólo dos dientes. Que no cunda el pánico: entre los cubiertos de mesa este sirve para comer caracoles. Pero sospecho que, un habitante usual de nuestro adorado país, se va a encontrar con ese utensilio un par de veces en su vida, si se encuentra.

El código de la servilleta. Acá la cosa es bastante sencilla: va sobre las piernas si uno no es del perfil de mancharse con el tuco cuando come tallarines; y si es de ese perfil, no dudemos en ponérnosla en el cuello y salvar la camisa. Cuando se termina el postre y van a avanzar al café, lo correcto es doblarla y colocarla al costado del plato. Si se tiene que levantar por alguna urgencia, con dejarla en el respaldo de la silla le estará diciendo al mozo: “ya vuelvo, no toque nada”. Y punto. Con estos consejos simples pasará de remero a capitán de la mesa.

Me especializo en notas que tienen que ver con el mundo sibarita en general, desarrollando temas con un enfoque en la historia de la gastronomía o mostrando puntos de vista que no son los más frecuentes en este tipo de artículos. Doy charlas de mi especialidad, y escribo en una decena de medios, entre los que destaca La Nación, amén de conducir La Isla de los Sibaritas por AM1420.