Una fiesta: vinos argentinos de la década de 1970, 1980 y 1990

Organizada por Wines Of Argentina, en una gala para Master Sommelier se sirvieron vinos argentinos añejos de las últimas tres décadas del siglo XX. ¿Cuáles?

ABC del vino, Eventos, Vinos

En la góndola de los vinos es raro ver vinos argentinos añejos. La razón es simple: beber vinos reposados no es una práctica corriente en nuestro mercado. Pero eso no significa, claro, que en las cavas de las bodegas no hayan guardados y a la sombra verdaderas vinos argentinos añejos.

De desempolvar algunos, precisamente, se trató la cena que el viernes pasado ofreció Wines Of Argentina –la institución que promociona el vino argentino en el exterior– con ocasión del cierre de un viaje realizado por Master Sommelier a nuestro país. En un menú por pasos, en el elegante restaurante del Palacio Duhau de la Recoleta, estos 15 especialistas del mundo descubrieron la historia del vino local en poco más de una docena de preciosas botellas. La sorpresa no fue poca.

Para los especialistas, Argentina es un enigma que no encaja en sus parámetros: es un país ubicado en el nuevo mundo del vino, pero a la vez tiene nexos tan claros con el viejo, que no resulta fácilmente clasificable. Los vinos argentinos añejos son, precisamente, la muestra viva de esos nexos.

Vinos viejos más vivos
Los vinos servidos en la cena de Wofa reflejan un estilo que perdió vigencia pero no vida. En la década de 1970 y 1980, los tintos que ocupaban el tope de rango en las bodegas se elaboraban con un protocolo hoy desaparecido, aunque con cierto predicamento para el futuro. Se elaboraban como tintos con maceración post fermentativa –para extraer color y taninos– y luego se los criaba largamente en toneles –desde 2 a 5 años, también más– para suavizarlos. El punto de madurez de la uva era clave: no muy madura, más bien tirando a un poco verde.

Así, Weinert Reserva Especial Malbec 1977, Caballero de la Cepa Cabernet Sauvignon 1978, Weinert Gran Vinos 1983, Lagarde Malbec 1985, Bianchi Cabernet Sauvignon 1987, en plena forma y evolución deseable, reflejan claramente ese estilo de elaboración, cuya longevidad se apoyaba en la capacidad de los taninos para sostener el vino.

Elegidos por el presidente de la Asociación Internacional de Sommelier (ASI), Andrés Rosberg, y un equipo de sommeliers y periodistas, entre los que estuvieron Alejandro Iglesias, Matías Prezioso, Martín Bruno y quien escribe, los vinos servidos de la década del 80 y el 90 ofrecieron una visión concreta acerca del potencial de envejecimiento que tiene el vino argentino. Potencial, cabe aclarar, que es precisamente lo que se le pide un productor de categoría mundial.

grandes-vinos

La década del 90
Esos años de inversiones y desarrollo estilístico de nuevos vinos, acordes al mercado internacional, estuvieron marcados por un cambio profundo en la enología. Los toneles fueron remplazados por barricas de 225 litros, que hacen más rápido el trabajo e imprimen gusto a madera, mientras que las fermentaciones fueron más aireadas y con maceraciones pre y post fermentativas, suavizando los taninos con oxidación temprana. Pero sobre todo, se partió de uvas más maduras, que producían cuerpo y estructura que hoy define a estos vinos argentinos añejos.

Hasta la década de 2010 muchos vinos se volcaron a esta vertiente. Pero sólo aquellos que lograron dominar el estilo con maestría consiguieron dar con vinos longevos. Nuevamente la selección para esa cena da una pista acerca de cuáles probar. El viernes pasado se sirvieron los soberbios y sosegados Luigi Bosca Cabernet Bouchet 1996 (doble magnum), Trapiche Medalla 1997, Angélica Zapata Malbec Alta 1999 y Alta Vista Alto 1998, es último una rareza que consagró a Michel Rolland como enólogo en nuestro país, porque de esa cosecha no hay ningún vino Premium salvo este.

Con todo, de la misma década se sirvieron tres blancos que merecen párrafo aparte: Etchart Torrontés 1992, Catena Agrelo Vineyard Chardonnay 1999 y Rutini Traminer 1999, tres emblemas de aquellos años que hoy gozan de plena salud y que arrancaron suspiros elogiosos a los Master Sommelier.

Por último, dos rarezas tan delicadas como sobrenaturales: Lagarde Semillón 1942, cuya crianza en tonel durante años lo ha convertido en una suerte de jerez; Rutini Vin Doux 2002, un blanco dulce natural cuya frescura y evolución lo convierten una miel florada. Por último, Zuccardi Malamado 2000, un tipo oporto Tawny, criado en barricas hasta embotellarlo para la ocasión. Más allá de la ocasión, las bodegas que llevan años en el ruedo tienen botellas guardadas. Quizás este tipo de cenas motive más descorches. Aunque (esperamos) no muchos: sería bueno redescubrir cómo evolucionan en el futuro.

Autor

  • Joaquín Hidalgo

    Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca curiosidades, experimenta con formatos y habla sin rodeos de lo que le gusta y lo que no. Lleva más de veinte años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma que fundó en 2013) o bien en medios nacionales, como La Nación y La Mañana de Neuquén. Desde 2019 es el crítico para Sudamérica de Vinous.com (EE.UU.).

    Ver todas las entradas

Deja un comentario