El Pinot Noir es una variedad que enamoran cada vez a mayor cantidad de consumidores. Sin embargo, para el bebedor de vinos no es tan simple dar con el santo grial y cada exploración por la nueva góndola lo hace sentir un Indiana Jones de la góndola en búsqueda de nuevos Pinot Noir.
La cosa es así: mientras que hace una década se elaboran en un estilo potente, más parecido a un Malbec que a un tinto ligero, a la fecha hay en la góndola una nueva avanzada de Pinot etéreos, radicales en su expresión de frescura, que sorprenden por su paladar único en el mercado.
Detrás de esta movida hay algunos puntos clave que tientan el paladar. Mientras que la Borgoña se presenta como el faro indiscutido y su elegancia como una vara muy alta, los productores del resto del mundo pulen sus vinos hacia esa gloria. Sucede, sin embargo, que la Borgoña es irrepetible. Por suerte para todos, porque cada uno de los grandes destinos del mundo, desde Oregon en Estados Unidos a Central Otago en Nueva Zelanda, ahora busca hallar su perfil. La argentina no escapa a esta lógica.
Viñedos extremos, por altura o por condición oceánica. Técnicas más pulidas y mejor entendimiento de la variedad, explican hoy el gran momento del Pinot argentino. Pero aún hay más: son una nueva camada de productores, al mismo tiempo, que busca en los extremos su lugar de comodidad y ensancha la góndola hacia la frescura y la textura del frío.
El límite desconocido
¿Qué tan frío y qué tan extremo puede ser el lugar para Pinot Noir? A muchos sorprende el entusiasmo por parte de los agrónomos y winemaker por vivir con el corazón en la garganta con tal de lograr un Pinot fuera de serie. Para ello, desarrollan en zonas realmente extremas, como sucede en Mendoza con Estancia Uspallata (2015, $800) donde los viñedos arañan los 2000 metros y el cultivo, controlado por Alejandro Sejanovich, es una verdadera hazaña.
El vino, sin embargo, es equilibrado y con descriptores emparentados a la fruta roja, las piedras húmedas y hongos. En misma sintonía, Matías Michelini apuesta en La Carrera, hermoso e inhóspito rincón de Tupungato en las estribaciones del Cordón del Plata.
Allí elabora Clima Límite La Loma (2016, $1450), un Pinot maduro y terroso en aromas, con un paladar de frescura notable. Solo 280 botellas, una barrica.
Fuera de Mendoza los viñedos que se deben destacar son los de Pedernal en San Juan donde se produce por el momento un solo varietal de Pinot Noir, Consentido (2015, $400), creación de Familia Azcona, una curiosidad de estilo rústico, tenso y jugado, que vale la pena probar. Lo mismo pasa con el vino elaborado a contar de Altura Máxima, en Payogasta (Salta), el viñedo de Colomé que alcanza los 3111 metros de altura y cuyo Lote Especial (2015, $500), un tinto de color ligero, paladar untuoso y frescura filosa.
Si la altura es uno de los límites posibles para la variedad, en las antípodas, el nivel cero, junto al mar, supone otro de los lugares de exploración. Trapiche desarrolló en Chapadmalal, en Mar del Plata, uno de los viñedos más interesantes de la última década. Su Costa y Pampa Pinot Noir (2015, $370) es sabroso, con rica fruta roja y medio de boca de equilibrada acidez firme.
Tampoco para la Patagonia profunda la altura es el secreto. Allá manda la latitud como mecanismo clave para la obtención de buenos Pinot. Sobre el paralelo 45º, en Capitán Sarmiento, Chubut, hay 40 hectáreas en producción cuyo Pinot Noir probamos esta semana: de madurez logrado y rica frescura, es una buena promesa a punto de convertirse en realidad.
Ya en la cordillera austral, Familia De Bernardi produce en el Hoyo de Epuyén, Chubut, Pinot Noir (2017, $ND), que destaca por su componente frutal y terroso, de boca delgada.
La retaguardia consagrada
A contar de dos mil, un puñado de productores realizaron el primer paso importante. La dupla formada entre el italiano Piero Incisa della Rochetta y el danés Hans Vinding Diers dieron vida a Bodega Chacra en Mainqué, un paraje olvidado de Río Negro.
La clave detrás de este éxito fue la recuperación de dos antiguos viñedos, uno de 1932 y otro de 1955, un lugar tan mínimo como un lunar en la historia del vino local, aunque uno tan visible y perfecto como el de Marilyn.
La reputación de Chacra 32 (2014, $2900), Chacra 55 (2015, $1700) y Barda (2016, $800) convirtió a la Patagonia en el origen natural de los mejores Pinot Noir argentinos.
Fue entonces que descubrimos Marcus Gran Reserva (2014, $600), al que hoy se suma su Old Vineyard (2015, $380) y a la avanzada neuquina de San Patricio del Chañar, donde Familia Schroeder y Bodega del Fin del Mundo aportan Pinot new world style, más próximos a los tintos de Otago en Nueva Zelanda u Oregon en Estados Unidos, otros dos orígenes fantásticos para esta cepa.
Mendoza reinventa sus Pinot
Pero la historia del Pinot Noir no resume sólo al capítulo patagónico. Mendoza también aporta lo suyo a la movida. Principalmente en regiones como Tupungato, San Pablo y Paraje Altamira. Bendecidos por un clima fresco, hoy ofrecen vinos excepcionales que se destacan por su ligereza de color, acidez vibrante, en algunos casos nerviosa, y expresión frutal que se ensambla con los aromas terroso y de champiñón fresco que rezan los libros pero que hasta hoy no era fácil encontrar en las botellas locales. Un resultado que nace de la preocupación de ciertos productores por atender e interpretar las necesidades de estas vides.
Entre ellos se destacan Salentein, que desde 2002 lo cultiva a 1400 metros de altura en San Pablo donde obtienen las uvas para su Single Vineyard Plot Nro1 (2014, $858) pero también para su ya clásico Reserve (2015, $300).
Mientras tanto, Gualtallary, en Tupungato, se convirtió en el bastión donde se aggiornó el varietal con mayor éxito, cantidad de etiquetas y un estilo definido donde la frescura llega a ser extrema y los matices los aporta el productor de acuerdo a su búsqueda personal. Un fenómeno que ya da cuenta de un origen cada vez más emparentado al varietal.
Aquí el productor que dio el puntapié fue Zorzal que de la mano del clan Michelini ofrece Eggo Filoso (2014, $540), cuyo nombre resume su expresión y estilo y el singular Porfiado (2011, $1900) fermentado a racimo entero al uso bourgignon y criado por treinta meses en roble. A este también habría que sumarle Montesco Punta Negra (2015, $360), creación de Matías Michelini y de algún modo piedra fundadora del estilo tenso y nervioso de los Pinot tupungatinos.
Pero también hay que destacar vinos como Trivento Golden Reserve Black Series (2016, $560), Finca Ferrer 1310 Block a1 (2015, $570) y el icónico Revólver (2015, $600), emparentados por su perfil tenso y ligero.
Ahora bien, en San Carlos existen dos orígenes para el Pinot que ya dan que hablar, por un lado La Consulta, rincón de montaña famoso por sus Malbec donde se dan atractivos exponentes como Altocedro Año Cero (2015, $500) que sorprende con su color ligero, frutosidad penetrante y delgadez de paladar. Pero nada de esto debería opacar los resultados del Paraje Altamira en cuyo clima frío y desafiante algunos productores deciden asumir el riesgo en los sectores más fríos de la IG.
Una apuesta que ya da vida, por ejemplo, a Pintom (2016, $740) un tinto que hace escuela en el mundillo de los fundamentalistas del pinot por su expresión emparentada a la Borgoña con matices frutales y terrosos nítidos y paladar lineal y profundo.