Un sábado cualquiera, salís de tu casa en CABA montado en la bici tipo 6:30 de la mañana, con una mochilita en la que llevás frutas, agua, y dos mudas de ropa. Como sea, llegás a la línea Mitre de tren y, a lo sumo una hora más tarde, a la estación fluvial de Tigre. Papeles mediante y estás en la Cacciola navegando el delta, con el viento agitándote el pelo.

Para las 10:30 pedaleás por Carmelo. El pueblo es chico y lleva ritmo uruguayo. No de candombe, sino esa suerte de ralentí que enseguida te conecta con otra fibra: los horizontes largos, el mundo levemente ondulado y las praderas donde el trigo y el ombú conviven en un tiempo lento en el que planean los pájaros.

Dejás Carmelo atrás en cosa de minutos te rodean los viñedos. Podés ir por la ruta 21, que es moderadamente transitada, o bien por los caminos internos. El asunto es que tenés que llegar al camino de los Peregrinos. Para más datos, a la Iglesia de San Roque, que está justo arriba de una loma. Ahí arranca el plan de vinos.

Primera parada: Campotinto
Posada y bodega, es una buen sitio para pasar la noche. No es barata, pero bien vale la pena (3500 pesos la noche). Por tres motivos: se come muy bien -las ensaladas, el chivito y el lomo al tannat son muy buenos–, las habitaciones son preciosas y el jardín en el que desayunás es una conexión más con la naturaleza. Pero si no querés, podés alojarte en el pueblo donde hay buenos hospedajes desde 1200 pesos (Booking ofrece varios).

El asunto con Campotinto, la creación de Diego Viganó, es que tiene la bodega ahí: una apretada construcción de otro tiempo, con barricas repartidas en dos salas y a una escala que te parece que podrías jugar ahí toda la vida. Caminando por entre los viñedos –Moscatel de Hamburgo, Tannat y otras variedades– vas hasta la sala de cata, parte del antiguo casco de una estancia bien acondicionado, y donde el gato está tan aquerenciado, que tenés que pedirle permiso para usar el sillón. Todo es primoroso. Y los vinos, ídem.

Vale la pena ponerle el ojo al Campotinto Tannat Merlot y al Tannat Reserva. Dos tintos perfectos para comer. Y ya en plan festivo, el Moscatel Rosado semidulce, bien frío, para bajarle la térmica a la pedaleada. ¿Más? Pedí la tabla de quesos. Y acordate: el azul es lo más.
Carmelo
Si querés ver más fotos de Campotinto, pinchá acá, acá, acá y acá.

Segunda parada: Cordano


Es exactamente del otro lado del a calle. Si no paraste en Campotinto, dejaste la iglesia atrás y a unos 100 metros está el Almacén de la Capilla o Bodega Cordano. Imaginate una pulpería. Ahora ponele un poco de modernidad en que sirven bebidas frías. Y listo: tenés el combo. Rústica, con suelos de pinotea y, atento, damajuanas de todos los tamaños posibles: de 3 hasta 50 litros. Sentate en la barra y pedí: Moscatel de Hamburgo Seco, bien floral, el Tannat de la casa. Son buenos ejemplos. Lo mejor, darle tiempo al tiempo hablando con Diego Vecchio, propietario junto a Ana Paula Cordano.

Si paraste dos veces y no te quedás a dormir, ya tenés que ir volviendo porque el barco zarpa a las 18:30. Pero si dormís ahí, al día siguiente, te quedan algunas cosas por hacer. Por ejemplo: desde la misma calle del almacén, poné rumbo al sur. Ya es calle de tierra, así es que andá con calma. Los perros te pueden ladrar a los tobillos o la rueda, pero son mansos. Seguí hasta dejar atrás el restaurante italiano “que con seguridad abre los domingos” (así nos lo explicaron) y en la próxima intersección, doblá a la izquierda y metele hasta El Legado. El cartel de 300 metros miente un poco: son 1,6 kilómetros, pero se llega sin drama.

Tercera parada: El Legado

Bodega nueva y familiar, acá el propietario recuperó precisamente la historia familiar, ya que ahí solían tener viñedos. Armando Marzuca, el propietario, cambió de rumbo en su vida, arrendó los campos y armó la bodega casi garaje. Tiene una linda cava, algunas ovejas y cabras dando vueltas, y un viñedito prolijo: Tannat, Cabernet Sauvignon y algo de Syrah. Este último es un muy vino, lo mismo que el blend Syrah-Tannat. Ambos con la marca El Legado. Sirven picadas de quesos y ricas olivas. Dato extra, los fines de semana hacen un gran asado. Reservá.
IMG_20171028_192730375
Cuarta parada: Irituria


Es la bodega centenaria que desarrolló la zona. De hecho, muchos comercios en Carmelo llevan el nombre de la familia. Como queda exactamente para el otro lado del circuito anterior, la dejamos para el final. De hecho, la escala del asunto te la da este dato: para llegar a la bodega tenés que meterte por la calle Ingeniero Químico Dante Irurtia, ni más ni menos que el hombre que desde la década de 1950 desarrolló la zona. La bodega es bonita y hacen visitas guiadas. ¿Los vinos? Km0 Río de la Plata Sauvignon Blanc bien vale una copa. Ídem para el corte Tannat Syrah de la misma marca.

Hasta aquí todo es posible en bicicleta y hacerlo en el día, incluso, pasando por Playa Seré, que es especialmente linda al atardecer. Pero, Carmelo no termina ahí.

En otro viaje: más allá, Narbona y Buena vista

11 kilómetros al norte de Carmelo arranca el plan top. Por un lado, está el Carmelo Resort & Spa, operado por Hyatt, un lujoso hotel en medio del bosque, cuyas habitaciones de diseño tienen un aire nórdico. Por otro, está Narbona Wine Lodge, integrado a la bodega, y de muy buen gusto en su restauración, con piezas de maquinaria antigua, un alambique y tono de época, ofrece además un restaurante muy coqueto. Mientras que más allá, cruzando el río de las víboras, queda Casa Chic, un hotel de lujo emplazado en una lomada con lo que es, posiblemente, la mejor vista del río Uruguay.
IMG_20171029_190024877
Entre ellos, disputan el turismo de lujo en la zona. Y bien valen la pena una visita. Resta agregar que se agrega Puerto Camacho con su restaurante Basta Pedro –donde comer en la galería cubierta de bignonias– y el restaurante del Hyatt, un lugar exquisito en el que comer, por ejemplo, un lomo de esturión. Las bodegas a visitar aquí son dos: Narbona y Buena Vista.

Narbona ofrece una visita elegante una bodega bien puesta. Lo mejor, la sala de barricas y estiba de vinos, donde el nivel de decoración hace pensar más en un hotel que en una bodega. Eso sí, a la hora de los vinos, Narbona Sauvignon blanc y Narbona Pinot Noir, son excelentes ejemplos de lo que Uruguay puede ofrecer fuera del Tannat.

Buena Vista, en cambio, es una bodega rural bien puesta. Ofrece un restaurante tipo pulpería de campo, unos pocos huevos de hormigón para ver y, sobre todo, un viñedito muy pequeño y coqueto junto a la bodega. Aquí lo mejor es el Wild Pinot Noir.
Pero si aún te quedaron dudas, todavía podés descargar este mapa a tu celular y llevarlo en la bici. Si lo usás sin conexión, no gastarás datos en tu visita.

Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca curiosidades, experimenta con formatos y habla sin rodeos de lo que le gusta y lo que no. Lleva más de veinte años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma que fundó en 2013) o bien en medios nacionales, como La Nación y La Mañana de Neuquén. Desde 2019 es el crítico para Sudamérica de Vinous.com (EE.UU.).