A veces nos preguntamos: ¿cuándo hay que tomar vino?

Entre qué vino tomar y cuándo, las preguntas que se hace el no bebedor de vino son así de simples. En esta nota, las mejores razones para saber cuándo y qué beber.

Qué vino tomar es el tipo de preguntas que se hace un bebedor de vinos. Sin embargo, buena parte de los no consumidores, es decir, una inmensa mayoría hoy, a veces se pierde entre las recomendaciones de expertos y los deseos propios y queda envuelto en una confusa maraña de ansiedad y dudas. Para ellos, preguntas más simples, como cuándo hay que tomar vino, son incluso esenciales. Y así, en esos enredos, se priva de beber una buena copa por falta de mérito, como diría la justicia.

Atentos a este asunto, listamos a continuación algunos de los momentos clave en que un vino es parte de la magia.

La hora indicada. No existe un acuerdo entre los consumidores, pero están los que sostienen que la hora del vino arranca a las 19 horas y los que establecen el momento del descorche a contar de las 20:30. En todo caso, con una hora y media de diferencia y antes de que las campanadas de la sed marquen la hora justa, lo mejor es tener en cuenta cuando pinta el antojo. Como el vino va siempre con algo para picar, es seguro desde el momento en que pinta el almuerzo o la cena. En ese caso, es más lícita la pregunta qué vino tomar con este plato.

La comida. Definitivamente la comida gana mucho con el vino y viceversa. En eso, no hace falta hacer un curso de maridaje para que el asunto funcione. Lo que sí conviene tener en mente es que cualquier plato acompañado con un vino simple, tinto o blanco, multiplica puntos sabor con poco más que una copa. La regla simple, sería: carnes rojas, vinos tintos; carnes blancas, vinos blancos. Pero como toda regla conoce excepciones, está bueno aventurarse fuera de esa caja.

Para animar una reunión. Una conversación de amigos con mate es una reunión. Un encuentro con una copa de vino es una fiesta. De eso que no quepan dudas: compartir una copa con amigos, como aperitivo, de sobremesa o jugando al truco es crear vínculos. En eso, sea Malbec, Cabernet Sauvignon, Chardonnay o Sauvignon blanc, una cosa es segura: al cabo de unos minutos, la charla estará encendida y ya nadie se preguntará qué vino tomar. Eso será ya cosa del pasado inmediato.

Para olvidar. Pero así como enciende la conversación, el vino también ayuda a dejar atrás los pensamientos. Es verdad: no es la manera más sana ni la más recomendable, pero también es una de las razones por las cuáles una copa de vino es el fiel amigo del hombre desde casi tanto tiempo como el perro. Si de lo que se trata es poner los pensamientos en otros asuntos, lo mejor es enfocarse en el sabor del vino, si es o no frutal, si es o no especiado y si el sabor o la textura se acompañan entre sí. De esta forma, sin entrar en asuntos de manicomio, se dialoga de otros temas con la vida.

qué vino tomar

Para recordar. Es curioso esta otra condición del vino. Si unos evaden los pensamientos, el gusto de un tinto o un buen blanco tiene una notable capacidad evocativa. Eso lo saben de memoria quienes viven lejos de casa y, de pronto, una noche en un restaurante o solos en la cocina, prueban un Malbec: ahí reviven las charlas de asado, las risas de los amigos, las conversaciones con antiguas parejas. Ahí hay un embrujo especial en el vino, que pocas cosas tienen. Para desatar la magia, conviene pensar qué vino hay que tomar: y listo, la idea así enunciada es el primer paso a la concreción.

Para brindar. Y es que a la hora de las celebraciones, el vino no falla. Cuando hay que brindar por un éxito, por un logro, por un encuentro, por un hijo nacido o por uno que abandona la casa, una botella de vino condensa todos esos sentimientos en su corta estatura sobre el mantel. Y así como los enanos de jardín son célebres por cuidarlo, este otro enano de mantel pone especial celo en salpicar de sabor y gracia todos los brindis. No hay ocasión de chin chin que no lleve un plop previo de descorche.

Para agasajar. El asunto con el vino como agasajo viene de lejos en la cultura occidental (y no sólo). Dentro de la compleja lógica de regalos y ofrendas que nos hacemos cuando vamos o venimos por la vida entre congéneres, la botella de vino es una de las ofrendas que valoran incluso los abstemios. ¿La razón? Nunca está del todo clara. Sin embargo, cuando se regala una buena botella, se están diciendo muchas cosas: se habla de valoraciones, de estimas, de profundos, livianos y hasta profanas razones para el encuentro con el otro. En eso, el vino es el mejor símbolo para cualquier agasajo. En todo caso, con la botella ya sobre la mesa: quién se preguntará qué vino tomar…

Pero también, cuando no beber vino: la única situación que no marida bien con vino –y con ninguna bebida alcohólica– es el manejo: si hay que conducir no hay que beber. Razones hay muchas. La fundamental es de cuidado y seguridad propia y de terceros. Fuera de eso, siempre hay algún buen motivo para saborear un vino.