Cuando se descorcha una botella de Malbec hay que ser conscientes de dos cosas. Una, del buen sabor del vino que tanto nos gusta. Dos, de la larga historia que conlleva, cuyas raíces son tan hondas que se extienden hasta el medioevo y que conocen algunos hitos importantes. Del sabor, nada que decir que no sepamos. De la historia, en cambio, conviene apuntar algunos de sus pormenores para darle profundidad a la copa.
El papado y su vino negro.
En 1316 el papa Juan XXII funda la universidad de Cahors, en el sudoeste de Francia, donde las elites clericales se aficionarán a un vino negro y corpulento que llegaría a ser legendario: “el vino negro de Cahors”, elaborado con las viñas que luego serían conocidas como Cot, Auxerrois y Malbec. Queda registrada su existencia y, de la mano de la elite, comienza la larga marcha del Malbec.
Lot y el río.
Cahors está construida junto al río Lot, afluente de La Garone, cuyo estuario es el puerto de Burdeos, desde donde se exportaba a Inglaterra. Desde el medioevo hasta el siglo XIX, el vino negro de Cahors viajaba para mejorar los vinos de los chateau bordeleses –cuyos vinos perdieron color durante lo que se conoce como “pequeña era glaciaria”, conformada por tres siglos fríos–, pero también, de la mano de la iglesia ortodoxa que lo adoptó como vino de misa en el siglo XVIII, llegaba hasta la mesa de los zares.
Exilio y filoxera.
Para mediados del siglo XIX el Malbec entró en la era naturalista. Es decir, mientras se formaban viveros en el mundo tanto para estudiar nuevas especies como para adaptar otras, se realizó un intenso cruce de material vegetal entre los continentes americano y europeo. Como resultado, el Malbec llegó a América –acabada la prohibición colonial de elaborar vinos– y la filoxera, ese temible pulgón subterráneo, llegó a Europa para acabar con el viñedo. Cahors declaró la llegada de la plaga en 1876.
El nuevo apogeo Malbec.
La filoxera fue una desgracia con suerte: obligó a replantar las variedades sobre porta injertos resistentes y, al mismo tiempo, difundió al Malbec por el globo. Ahí entra Mendoza, por ejemplo, a donde llega en 1853 a lomo de mula y donde la variedad se adaptó rápido y bien a un clima más caluroso, seco y luminoso. Nació así un romance que eclosionaría casi un siglo más tarde.
El fatal año de 1957.
Mientras que los productores de Cahors venían trabajando desde la década de 1940 en restablecer la situación vitícola en la región, en 1957 hubo un helada potente que se llevó casi todas las viñas de Malbec de la región. Parecía el acabose. Pero del otro lado del mundo, el Malbec servía como variedad fina y colorante para una industria del vino que crecía a todo vapor desde Mendoza y de cara al mercado porteño. Tanto, que para 1970 ya había plantadas 60 mil hectáreas de Malbec en Argentina.
Magras viñas.
Pero en la larga marcha del Malbec, sería el modo argentino de hacer crisis el que pusiera un potente palo en la rueda: mientras que en la década de 1970 cualquier vino era negocio, por el volumen de consumo y porque cualquier uva servía para tal efecto, el Malbec, con menos rendimiento que las criollas, cayó en desgracia. Fue arrancado sistemáticamente hasta llegara a unas 10 mil hectáreas en 1989, cuando se estableció la Denominación de Origen Luján de Cuyo, que potenciaba al Malbec como una entre sus buenas variedades.
1990, reverdecer un clásico.
En esta década pasaron muchas cosas para el vino. La apuesta exportadora y el dólar barato, permitieron la experimentación de estilos de cara al mercado internacional. Así, el modelo bordelés –de uva madura y crianza en barrica– ganó predicamento y, entre las uvas que mejor se adaptaron a esta cambio cultural, destacó el Malbec. ¿La razón? Con un siglo de adaptación y como variedad única en su especie, supuso una ventaja competitiva fuerte. Sedujo principalmente a los enólogos extranjeros de paso por esta tierra, quienes le encontraron destino.
2017, año verde.
Desde 1990 a la fecha, el Malbec se recuperó en Argentina, con 40 mil hectáreas plantadas. También en Francia, donde Cahors vuelve a apostar por su vino negro. Y en el mundo, desde Australia a Estados Unidos y de Chile a Nueva Zelanda, la variedad gana hectáreas de plantación. Lo curioso del caso es que ahora ya no se habla del vino negro, sino del Malbec, que es el nombre con el que finalmente le dio fama la Argentina.